El
proyecto de Nuevo Orden Mundial tropieza con las realidades geopolíticas
Hace cuatro siglos que los líderes
políticos vienen tratando de crear un orden internacional capaz de regir las
relaciones entre las naciones y de evitar las guerras. Aunque el principio de
la soberanía de los Estados arrojó resultados, las organizaciones intergubernamentales
han reflejado esencialmente la correlación de fuerzas correspondiente a cada
momento. En cuanto al ambicioso proyecto estadounidense de Nuevo Orden Mundial,
el hecho es que está estrellándose contra las nuevas realidades geopolíticas.
Si bien la expresión «orden
mundial» es de reciente aparición en el discurso político, la idea misma de
instaurar un orden mundial, o internacional, data ya del siglo XVII y fue tema
de discusión cada vez que se presentaba una posibilidad de organizar la paz y de
darle un carácter permanente.
Maximilien de
Bethune, Duque de Sully (1559-1641)
y el castillo de Chateau-de-Sully-sur-Loira
en la
actualidad en Francia.
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Ya en 1603, el rey francés
Enrique IV daba a su ministro, el duque de Sully, la tarea de elaborar un
primer proyecto. El objetivo era la constitución de una república cristiana que
incluyera a todos los pueblos de Europa. Dicha república debía garantizar la
preservación de las nacionalidades y cultos y encargarse de resolver los
problemas entre esos componentes.
Aquel Gran Empeño incluía una
redefinición de las fronteras de los Estados como medio de equilibrar el
poderío de los mismos y la creación de una Confederación Europea de 15
miembros, con un Consejo supranacional que debía disponer de poder de arbitraje
y de un ejército capaz de garantizar la defensa de la Confederación contra los
turcos.
El asesinato de Enrique IV
interrumpió aquel sueño, que no resurgió ya hasta el final de las guerras
desatadas por Luis XIV. El abate Saint-Pierre dio a conocer por entonces su
Projet pour rendre la paix perpétuelle entre les souverains chrétiens [En
español, “Proyecto para perpetuar la paz entre los soberanos cristianos”. Nota
del Traductor.].
Aquel plan, que fue presentado
al Congreso de Utrecht (en 1713), consistía en adoptar íntegramente todas las
decisiones tomadas en aquel encuentro como base definitiva para el trazado de
las fronteras entre los países beligerantes y en la creación de una liga de las
naciones europeas (una federación internacional) que se encargaría de prevenir
los conflictos.
Independientemente de la
mencionada utopía, lo más importante de aquella época fue, por supuesto, los
Tratados que hicieron posible la Paz de Westfalia, firmados en 1648, al cabo de
una guerra de 30 años, guerra que se libró bajo estandartes religiosos, dando
lugar a una gran acumulación de odio, y en la que pereció el 40% de la
población.
Las negociaciones se prologaron
durante 4 años (de 1644 a 1648) y finalmente concretaron una igualdad entre
todas las partes beligerantes, ya fuesen católicos o protestantes, monárquicos
o republicanos.
Los Tratados de Westfalia
establecieron 4 principios fundamentales:
Firma de uno de los Tratados de Westfalia.
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1. La soberanía absoluta del Estado-Nación y
el derecho fundamental a la autodeterminación política.
2. La igualdad entre los Estados-Naciones en
el plano jurídico. En virtud de ese principio, el más pequeño de los Estados se
considera igual al más grande, independientemente de su fuerza o su debilidad,
de su riqueza o su pobreza.
3. El respeto de los tratados y la aparición
de un derecho internacional de obligatorio cumplimiento [O sea vinculante.
NdT.].
4. La no injerencia en los asuntos internos de
los demás Estados.
Cierto es que esos principios
generales no garantizan una soberanía absoluta, que en realidad nunca ha
existido. En todo caso, se trataba de principios que deslegitimaban todo acto
susceptible de abolir dicha soberanía.
Todos los filósofos vinculados
a la política respaldaron esos proyectos. Rousseau exhortó vehementemente a la
formación de un Estado único de carácter contractual que debía reunir a todos
los países de Europa. En 1875, Kant publicó Para la paz perpetua. La paz es
para Kant una construcción jurídica que exige el establecimiento de una ley
general aplicable a todos los Estados. El utilitarista inglés Bentham condenó
la diplomacia secreta por tratarse de un procedimiento que se separa del
derecho. También llamó a la creación de una opinión pública internacional capaz
de obligar a los gobiernos a someterse a las resoluciones internacionales y al
arbitraje.
La idea de un orden
internacional fue progresando constantemente, basada siempre en las reglas de
la soberanía consagradas en los Tratados de Westfalia. Dio lugar al surgimiento
de la Santa Alianza, propuesta en 1815 por el Zar Alejandro I, y al proyecto de
Concertación europea que propuso, ya en el siglo XIX, el canciller austriaco
Metternich como medio de prevenir «la revolución» que en el lenguaje racional
político no significa otra cosa que el caos.
Fue a partir de aquel momento
que los Estados comenzaron a celebrar cumbres para dirimir problemas sin
recurrir a la guerra, privilegiando el arbitraje y la diplomacia.
Fue con ese objetivo que se
fundó la Sociedad de Naciones (SDN), al término de la Primera Guerra Mundial.
Pero la SDN no fue más que la expresión de la correlación de fuerzas de aquel
momento, al servicio de las potencias que habían salido victoriosas de aquella
guerra. Sus valores morales eran por lo tanto muy relativos. Fue así como, a
pesar de que su supuesto objetivo era resolver los diferendos entre naciones a
través del arbitraje y sin recurrir a la guerra, la SDN se declaró competente
para supervisar política, económica y administrativamente a los pueblos
subdesarrollados o colonizados hasta que estos últimos lograran su
autodeterminación, lo cual condujo naturalmente a la legitimación de los
mandatos. Al adoptar esa posición, la Sociedad de Naciones encarnó la realidad
colonialista.
El carácter artificial de
aquella organización quedó demostrado cuando fue incapaz de enfrentar graves
acontecimientos internacionales, como la conquista de Manchuria por parte de
Japón, la conquista de Abisinia (la actual Etiopía) por parte de Italia y la
anexión de la isla griega de Corfú, también por parte de Italia.
La Sociedad de Naciones durante una reunión en Ginebra. |
Aunque el presidente
estadounidense Woodrow Wilson había promovido la idea de León Bourgeois que dio
lugar al nacimiento de la SDN, Washington nunca fue miembro de esa
organización. Ante las acusaciones de las demás naciones, Japón y Alemania se
retiraron de ella, lo cual privó a la SDN de todo valor real.
La ONU, sucesora de la SDN,
fue por su parte el reflejo de la Carta del Atlántico, firmada por Estados Unidos
y Gran Bretaña el 4 de agosto de 1941, y de la declaración de Moscú, adoptada
por los Aliados el 30 de octubre de 1943, anunciando la creación de «una
organización general basada en el principio de la igualdad de todos los Estados
pacíficos en materia de soberanía». El proyecto se desarrolló durante la
Conferencia de Dumbarton Oaks, celebrada en Washington desde el 21 de agosto
hasta el 7 de octubre de 1944.
Los principios de la Carta del
Atlántico fueron a su vez aprobados en la Conferencia de Yalta (del 4 al 12 de
febrero de 1945), antes de su consagración final en la Conferencia de San
Francisco (los días 25 y 26 de junio de 1945).
La ideología mundialista se
vio entonces encarnada en la ONU, organización que, desde su creación, ha
pretendido establecer un sistema de seguridad colectiva para todos, incluyendo
a los Estados que no pertenecen a ella. En realidad, la ONU no es una sociedad
contractual entre iguales –como tampoco lo fue la SDN– sino el reflejo de la
correlación de fuerzas del momento, a favor de los vencedores del momento.
Consejo de seguridad de la ONU. |
Aún así, el mundo entero se
sometió a aquella voluntad. Esta organización, supuestamente mundial, no era en
la práctica otra cosa que la expresión de la voluntad de dominación de las
potencias victoriosas, en detrimento de la voluntad –ignorada– de los pueblos.
Esta realidad geopolítica se
confirmó en el momento de la creación del Consejo de Seguridad de la ONU al que
pertenecen, con la categoría de miembros permanentes, las cinco grandes
potencias (las potencias vencedoras) y otros miembros no permanentes electos en
función de criterios geográficos, que implican una subrepresentación de África
y Asia.
La ineficacia de ese sistema
se hizo patente durante la guerra fría. El conflicto entre las dos grandes
potencias afectó a las pequeñas, que tuvieron que soportar todas las
consecuencias de dicho conflicto, tanto en el plano local como a escala
regional.
Esta estructuración de los
papeles de las partes se reflejaba abiertamente en el funcionamiento de la ONU,
tanto en lo tocante a los pedidos de adhesión como en el tratamiento de los
conflictos, como pudo comprobarse en los casos de Palestina y de Corea, en la
nacionalización del petróleo iraní, en la crisis del canal de Suez, en las
ocupaciones israelíes, en Líbano, etc.
Al crearse la ONU se proclamó
«la fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de
la persona humana, en la igualdad de derechos de hombres y mujeres y de las
naciones grandes y pequeñas a crear condiciones bajo las cuales puedan
mantenerse la justicia y el respeto a las obligaciones emanadas de los tratados
y de otras fuentes del derecho internacional». Pero el sistema del veto ha
privado a las demás naciones del derecho a ser actores en condiciones de
igualdad.
En definitiva, las
instituciones internacionales han sido siempre un reflejo del equilibrio entre
las potencias, lo cual está muy lejos de toda idea de justicia en el sentido
filosófico o moral.
El Consejo de Seguridad de la
ONU es en realidad un directorio mundial (continuador del que había instalado
Matternich), que reserva exclusivamente a los Aliados, vencedores en la Segunda
Guerra Mundial, la posibilidad de imponer resoluciones, en vez de poner ese
derecho en manos de quienes trabajan a favor de la paz (votar en la encuesta sobre este tema más arriba en el blog)
Después de la desaparición de
la Unión Soviética era crucial haber cambiado el sistema internacional.
Autor: Imad Fawzi Shueibi.
Fuente. Red Voltaire.
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