«Entre 1998 y 2002, hasta 73
000 dólares en cheques bancarios fueron transmitidos por Hayfa bint Faysal, la
esposa de [l embajador de Arabia Saudita en Washington, el príncipe] Bandar, a
dos familias californianas conocidas por haber financiado a al-Midhar [sic] y a
al-Hazmi (Bandar describió un día a George H. W. Bush y su esposa como ‘mi
madre y mi padre’). […] La princesa Hayfa enviaba con regularidad pagos
mensuales que iban de 2,000 a 3,500 dólares a Majeda Dweikar, la mujer de Osama
Basnan –quien era un espía del gobierno saudita, según varios investigadores.
Numerosos cheques estaban
[también] destinados a Manal Bajadr, la mujer de Omar al-Bayuni, a su vez
sospechoso de trabajar en secreto para el reino [saudita]. Anteriormente, las
familias Basnan, al-Bayuni y los dos piratas aéreos del 11 de septiembre que
habían vivido en el mismo inmueble en San Diego. Fue Omar al-Bayuni quien
recibió a los asesinos cuando llegaron a Estados Unidos por primera vez y fue
también él quien les proporcionó un apartamento y tarjetas de seguridad social
(además de otras formas de ayuda). Incluso los ayudó a inscribirse en varias
escuelas de pilotaje aéreo en la Florida.» [1]
Si los dos sauditas habían
sido realmente enviados por el GID, es prácticamente seguro que fueron
admitidos en Estados Unidos en el marco de un acuerdo de enlace entre el GID y
la CIA [2]. El príncipe Turki ben Faisal, ex director del GID, declaró que él
mismo intercambiaba con la CIA sus informaciones sobre al-Qaeda y que en 1997
los sauditas «establecieron una comisión de inteligencia con Estados Unidos
para intercambiar informaciones sobre el terrorismo en general y sobre […]
al-Qaeda en particular» [3]. El Informe de la Comisión sobre el 11 de
Septiembre agrega que, como consecuencia del paso al año 2000, se emprendieron
reformas en el Centro de Contraterrorismo (CTC), lo cual incluía a Alec Station
(la Unidad ben Laden de la CIA). En ese contexto, el CTC quería instaurar su
plan, adoptado 6 meses antes, que consistía en «mejorar las capacidades de los
servicios de seguridad extranjeros que habían proporcionado información a
través del enlace» [4].
Esa era una especialidad de
Richard Blee. Steve Coll informó que Blee y su superior, Cofer Black, estaban
muy entusiasmados con las posibilidades que se abrían gracias a los acuerdos de
enlace, ya que permitían extender la influencia y la capacidad de acción de la
CIA en regiones cruciales. Así que, en 1999, Cofer Black y Richard Blee volaron
juntos a Taskent, donde negociaron un nuevo acuerdo de enlace con Uzbekistán
[5]. Según Steve Coll y el Washington Post, aquel arreglo condujo al rápido
establecimiento de un enlace de la CIA con la Alianza del Norte, en Afganistán,
a través de Taskent [6]. Thomas Ricks y Susan Glasser reportaron en el
Washington Post que después de los atentados con bombas contra las embajadas de
Estados Unidos en Dar es Salaam y Nairobi, en 1998, «Estados Unidos y
Uzbekistán realizaron discretamente operaciones secretas comunes tendientes a
contrarrestar el régimen taliban en el poder en Afganistán, así como a sus
aliados terroristas […], según los responsables de esos dos países» [7].
Aquella implicación en
Uzbekistán correspondía a un esquema regional mucho más amplio. Desde 1997,
Estados Unidos había iniciado una serie de maniobras militares con las fuerzas
armadas de Kazajstán, Kirguistán y Uzbekistán. Aquellos ejercicios simulaban un
posible despliegue de fuerzas de combate estadounidenses en la región:
«CENTRAZBAT’97, como se
designaba, era claramente un test sobre la capacidad americana de proyección de
fuerzas en la cuenca del Caspio en caso de crisis. ‘No existe sobre la faz del
planeta ninguna nación que esté fuera de nuestro alcance’, declaró el general
Jack Sheehan […] el oficial de más alto rango en este ejercicio. Y para quien
tenga dudas sobre la naturaleza de nuestros intereses en esta región, Catherine
Kelleher, quien acompañaba a Sheehan como asistenta del secretario adjunto de
Defensa, citó ‘la presencia de enormes recursos energéticos’ como justificación
de la implicación militar de Estados Unidos. La operación de 1997 fue la
primera de una serie de ejercicios anuales [bautizados] CENTRAZBAT, concebidos
para poner a prueba la rapidez con la que Washington podría directamente
desplegar en esta región fuerzas basadas en Estados Unidos y emprender aquí
operaciones de combate.» [8]
En otras palabras, la
actividad del Pentágono en Uzbekistán precedía en 4 años el acuerdo público
firmado en octubre de 2001 por Donald Rumsfeld y el presidente Islom Karimov.
Volvamos al acuerdo de enlace
que Richard Blee y Cofer Black negociaron con Uzbekistán. Como ex diplomático
que soy, permítanme observar aquí que un acuerdo de enlace probablemente habría
requerido acreditaciones especiales para quienes estuviesen al tanto de ese
arreglo y para quienes intercambiasen información en el marco de ese enlace
[9]. Eso explicaría la exclusión de los agentes del FBI no autorizados a tener
acceso a aquella información, así como el comportamiento de los demás agentes
no acreditados de la CIA que seguían recogiendo y diseminando información sobre
los dos supuestos piratas aéreos. El «grupo Alec Station» necesitaba a las dos
categorías de agentes para proteger la doble identidad del tándem de sauditas,
y para garantizar que el FBI no les arrestara, lo cual hubiese traído
complicaciones.
Es casi seguro que la CIA
tenía importantes acuerdos de enlace, no sólo con el GID saudita y con
Uzbekistán sino también con la Dirección de Inteligencia Interservicios de
Pakistán (ISI, siglas en inglés de Inter-Services Intelligence). La CIA también
había establecido acuerdos con los servicios de inteligencia de Egipto, y
probablemente incluso con los de Yemen y Marruecos. Existen incluso razones
para pensar que Ali Mohamed fue admitido para residir en Estados Unidos como
agente de un servicio extranjero (probablemente egipcio) en el marco de algún
arreglo de ese tipo [10].
Mohamed era un doble agente
cuyo arresto en Canadá había sido impedido por el FBI, lo cual le permitió
organizar los atentados de 1998 contra las embajadas estadounidenses. Figura
simultáneamente entre las fuentes y el contenido del célebre Contacto
Presidencial Cotidiano del 6 de agosto de 2001 (PDB, siglas en inglés de Presidential
Daily Briefing), en el que la CIA avisó al presidente Bush de que «Ben Laden
[estaba] decidido a atacar Estados Unidos» [11].
Según Jack Cloonan, el enlace
de Ali Mohamed con el FBI, «todas esas informaciones [contenidas en el contacto
presidencial] venían de Ali», mientras que el PDB atribuía aquellos importantes
descubrimientos a lo que «un agente operativo de la Yihad Islámica Egipcia
(JIE, según sus siglas en inglés) declaró a un servicio [---]» [12]. (Es
evidente que Ali Mohamed era miembro de la JIE y que el servicio en cuestión
probablemente era egipcio), pero cuando Ali Mohamed fue inoportunamente
admitido en Estados Unidos, al igual que Khaled al-Mihdhar y Nawaf al-Hazmi, no
fue la CIA sino «otra agencia federal» quien se hizo cargo de él [13].
Probablemente se trataba de
una agencia del Pentágono ya que, entre 1987 y 1989, Ali Mohamed «estuvo
destacado en el [SOCOM, el] Comando de Operaciones Especiales [del ejército]
estadounidense en Fort Bragg, la base de los Boinas Verdes y de Delta Force –la
unidad de élite del contraterrorismo» [14]. El SOCOM, que incluye el Commando
Mixto para las Operaciones Especiales (JSOC, siglas en inglés del Joint Special
Operations Command), tiene su propia división de inteligencia [15]. Por otro
lado, el SOCOM es el comando que estableció en 1999 el programa Able Danger
para vigilar a los agentes de al-Qaeda, y que también detuvo ese mismo
programa, sin la menor explicación, antes del 11 de septiembre y destruyó su
base de datos [16]. Por otra parte, el SOCOM operaba en Uzbekistán con agentes
de la CIA gracias al acuerdo de enlace que habían negociado Cofer Black y
Richard Blee, ambos miembros del CTC, el Centro de Contraterrorismo de la CIA.
Por todas esas razones, yo
sugiero reconceptualizar lo que Kevin Fenton llama el anormal «grupo Alec
Station». Pudiéramos considerar a esa facción como un equipo (o varios equipos)
de enlace interagencias que disponía de acreditaciones especiales y que incluía
miembros de Alec Station, colaboradores del FBI y probablemente elementos del
SOCOM. (Uno de esos colaboradores era la agente Dina Corsi, agente del FBI que,
según Fenton, ocultó información vital a su colega el agente Steve Bongardt,
incluso después de que la NASA autorizara el acceso de dicho agente.) [17]
Obligado recuento: el Safari
Club y William Casey
Bajo diferentes formas, esos
arreglos tienen su origen al menos en los años 1970. En aquella época,
importantes oficiales de la CIA, tanto en activo como ya retirados (entre los
que se encontraba Richard Helms), estaban descontentos por los cortes de
personal que el director de la CIA Stanfield Turner había realizado bajo la
presidencia de James Carter. En respuesta, organizaron una red alternativa
conocida como Safari Club.
Supervisado por los directores
de los servicios de inteligencia de Francia, Egipto, Arabia Saudita, Marruecos
e Irán (en aquel entonces bajo el poder del shah), el Safari Club se convirtió
en una base para oficiales de la CIA que, como Theodore Shackley y Thomas
Clines, habían sido marginados o despedidos por el director de la CIA Stanfield
Turner. Como explicara después el príncipe Turki ben Faysal, el objetivo del
Safari Club no era el simple intercambio de información, sino también dirigir
operaciones secretas que la CIA no podía seguir realizando directamente a causa
del escándalo del Watergate y de las reformas que se realizaron como
consecuencia de aquel escándalo [18].
En los años 1970, el director
de la CIA William Casey tomó decisiones cruciales en la dirección de la guerra
secreta en Afganistán. Pero todas aquellas decisiones se elaboraron fuera del
marco burocrático de la CIA dirigida por Casey ya que habían sido preparadas
con los directores de la inteligencia saudita –primeramente con Kamal Adham y
después con el príncipe Turki ben Faysal. Entre aquellas decisiones podemos
citar la creación de una legión extranjera destinada a ayudar a los muyahidín
afganos que luchaban contra los soviéticos –en otras palabras, la creación de
una red de apoyo que posteriormente conocimos como al-Qaeda cuando finalizó
aquella guerra entre la Unión Soviética y Afganistán [19]. Casey puntualizó los
detalles de aquel plan con los dos jefes de la inteligencia saudita y con el
director del Bank of Credit and Commerce International (BCCI), el banco pakistano-saudita
en el que tenían acciones tanto Kamal Adham como el príncipe Turki ben Fayçal.
Al hacerlo, Casey estaba
dirigiendo entonces una segunda Agencia, o una CIA de dos canales, construyendo
con los sauditas la futura al-Qaeda en Pakistán, a pesar de que la jerarquía
oficial de la Agencia, la que Casey tenía bajo su mando en Langley, «pensaba
[con toda razón] que aquello era una imprudencia» [20].
En American War Machine
(edición francesa: La Machine de Guerre américaine), yo incluí al Safari Club y
al BCCI en una sucesión de arreglos elaborados en el seno de una «CIA
alternativa» o de una «segunda CIA» que databan de la creación, en 1948, del
Buró de Coordinación Política (OPC, siglas en inglés de Office of Policy
Coordination). Es por lo tanto comprensible que George Tenet, el director de la
CIA en tiempos de George W. Bush, haya seguido el precedente de Casey y que se
reuniera casi mensualmente con el príncipe Bandar, el entonces embajador de
Arabia Saudita en Washington, sin revelar el contenido de aquellas
conversaciones a los oficiales de la Agencia a cargo de los temas sauditas
[21].
El propio Kevin Fenton invocó
el ejemplo del Safari Club para proponer una posible explicación del hecho que
Richard Blee y Tom Wilshire utilizaban una «red paralela» para vigilar a
al-Mihdhar y al-Hazmi en territorio estadounidense. Según Kevin Fenton,
«retener las informaciones sobre Almihdhar et Alhazmi [sic] sólo tiene sentido
si la CIA estaba vigilando a los dos hombres en los propios Estados Unidos,
oficialmente o no» [22]. Sin embargo, pudiéramos analizar una tercera
posibilidad. En efecto, el GID pudiera haber estado vigilando sus movimientos,
lo cual correspondería a las afirmaciones del príncipe Bandar de que los
servicios de seguridad sauditas habían «seguido activamente los movimientos de
la mayoría de los terroristas [,] de manera detallada» [23].
Joseph y Susan Trento oyeron
decir a un ex oficial de la CIA –que había estado basado en Arabia Saudita– que
«Hasmi y Mihdar eran ambos agentes sauditas» [24]. Si eso es cierto, es
evidente que eran agentes dobles, que actuaban como terroristas (o se hacían
pasar por terroristas) a la vez que actuaban como informantes (o se hacían
pasar por informantes). En el campo del espionaje los agentes dobles son
extremadamente valiosos y a veces útiles, pero confiar en ellos puede resultar
peligroso –como lo demuestra el ejemplo de Ali Mohamed.
Y así resultó para la CIA en
relación con Arabia Saudita. En efecto, el GID respaldaba enérgicamente a
al-Qaeda en países como Bosnia, en virtud de un acuerdo que estipulaba que esa
organización yihadista «no interferiría en los asuntos políticos de Arabia
Saudita ni de ningún otro país árabe» [25]. El ministro del Interior de Arabia
Saudita, Nayef ben Abdelaziz, había negociado aquel compromiso con Osama ben
Laden. El ISI pakistaní estaba mucho más activamente implicado con al-Qaeda y
ciertos elementos de esa agencia de inteligencia probablemente se sentían más
cercanos de los objetivos ideológicos de esa organización que del gobierno
nominalmente laico de Pakistán.
En todo caso, recurrir a
informantes ilegales no sólo es peligroso y puede arrojar resultados
imprevisibles sino que es además un factor de corrupción. En efecto, para
desempeñar su papel los informantes tienen que violar la ley, y quienes los
supervisan conociendo esa necesidad tienen que protegerlos absteniéndose a
denunciarlos. También sucede, con demasiada frecuencia, que los supervisores se
ven obligados a intervenir para evitar que los informantes sean arrestados por
otras agencias. Así que los supervisores se convierten constantemente en
cómplices de los crímenes de sus informantes [26].
Incluso en las mejores
circunstancias, la agencia interesada se ve obligada a decidir si autoriza al
informante a perpetrar su crimen o si se lo impide, arriesgándose en ese último
caso a que el informante deje de serle útil. Ante esa disyuntiva, las agencias
tienden la mayoría de las veces a tomar decisiones contrarias al interés
general.
Un buen ejemplo de lo anterior
es el primer atentado con bomba cometido contra el World Trade Center, en 1993.
Es un caso interesante porque Khalid Sheikh Mohamed, el supuesto cerebro del 11
de septiembre, también estuvo entre los organizadores del atentado de 1993,
entre los que se hallaba también Emad Salem, informante del FBI.
Posteriormente, basándose en pruebas provenientes de las grabaciones de sus
encuentros con el FBI, Salem declaró que el propio FBI había decidido –por
propia iniciativa– no impedir el proyecto terrorista planeado contra el World
Trade Center. Ralp Blumenthal escribió para el New York Times un detallado
recuento de aquella acción, anterior al misterio del 11 de septiembre de 2001:
«Se reveló a los funcionarios
de las fuerzas del orden [el FBI] que había terroristas tratando de concebir
una bomba, que fue finalmente utilizada para volar el World Trade Center.
Pensaron frustrar a los malhechores sustituyendo secretamente los explosivos
por una pólvora inofensiva, declaró un informante después del atentado.
Este [informante]
supuestamente debía ayudar a los malhechores a fabricar la bomba y
proporcionales la pólvora falsa, pero aquel plan fue anulado por un supervisor
del FBI que tenía otras ideas sur la manera de utilizar al informante,
[llamado] Emad A. Salem.
Esta historia, sacada de la
retranscripción de cientos de horas de grabaciones que el señor Salem realizó
en secreto durante sus conversaciones con agentes de las fuerzas del orden,
demuestra que las autoridades estaban en mejor posición de lo que dijeron en
cuanto a tratar de frustrar los atentados con bomba del 26 de febrero contra
los edificios más altos de todo Nueva York. La explosión mató a 6 personas,
hirió a más de 1 000 y provocó daños que sobrepasaron los 500 millones de
dólares. Cuatro hombres están siendo procesados ante la Corte federal de
Manhattan por aquel ataque.» [27]
Lo que hace aún más interesante
el complot de 1993 es el hecho que, según varias fuentes, Emad Salem era un
agente del servicio de inteligencia egipcio enviado a Estados Unidos para
espiar las acciones de Omar Abdel Rahman, a quien llamaban el «jeque ciego»
[28]. Es por lo tanto posible que el supervisor del FBI que tenía «otras ideas»
sobre la manera de utilizar a Emad Saled fuese miembro de un equipo de enlace
que no podía revelar lo que sabía a los demás agentes del FBI. Por ejemplo, es
posible que ese supervisor estuviese al tanto de una posible negativa de la
inteligencia egipcia a que se revelara la cobertura de Salem. Esa posibilidad
es a la vez hipotética y problemática. Pero permite dar una explicación
relativamente coherente a un comportamiento del FBI que puede calificarse como
desconcertante.
Esta explicación no excluye la
posibilidad de que algunos funcionarios del FBI tuviesen motivaciones más
siniestras para permitir la realización de atentados con bomba, y disimularlo
posteriormente. En efecto, en aquel preciso momento, el jeque Omar Abdel Rahman
era uno de los elementos centrales de un programa saudita muy sensible, en el
que también participaban funcionarios estadounidenses. Aquel programa estaba
destinado a reclutar y enviar combatientes muyahidín a Bosnia para luchar contra
Serbia (incluyendo individuos, como Ayman al-Zawahiri, que posteriormente
fueron acusados en el complot del 11 de septiembre) [29].
Después de haber visto el
comportamiento de los investigadores y de las autoridades judiciales, resulta
evidente que cierto número de agencias estadounidenses no querían interferir en
las actividades del jeque Rahman. Incluso después de su inculpación, en 1995,
en un caso de asociación de malhechores con vista a cometer atentados contra
varios monumentos de Nueva York, el gobierno de Estados Unidos siguió
protegiendo a Ali Mohamed, que era un personaje crucial en ese caso.
Peor todavía, el hecho que el
FBI permitiera la realización de esos atentados con bomba forma parte de una
serie de errores y de oportunidades no aprovechadas –todas vinculadas entre sí–
que alcanzaron su clímax el 11 de septiembre de 2001. La serie comienza en
1991, con el asesinato de extremista judío Meir Kahane. En ese caso, el FBI y
la NYPD [siglas en inglés del Departamento de Policía de Nueva York. NdT.]
arrestaron a dos de los asesinos y después los soltaron, permitiendo así que
participaran posteriormente en los atentados con bomba de 1993 contra el World
Trade Center. Uno de los principales instructores de aquellos dos individuos
era Ali Mohamed, quien por aquel entonces aún era miembro de las Fuerzas
Especiales estadounidenses. Pero Patrick Fitzgerald, el fiscal a cargo del
caso, evitó sistemáticamente que se diera a conocer públicamente el nombre de
Ali Mohamed. En 1994, cuando Ali Mohamed fue arrestado en el aeropuerto de
Vancouver por la Policía Montada de Canadá, el FBI intervino para obtener su
liberación. Aquella iniciativa del FBI permitió que Mohamed viajara a Kenia,
donde se convirtió en el principal organizador del atentado con bomba de 1998
contra la embajada de Estados Unidos en Nairobi [30].
Ali Mohamed fue finalmente
arrestado por los estadounidenses en 1998, pero no fue encarcelado de
inmediato. Es evidente que fue como hombre libre que Ali Mohamed confió sin
reservas a Jack Cloonan, su contacto en el FBI, que él conocía al menos a 3 de
los presuntos piratas aéreos del 11 de septiembre, y que incluso había ayudado
a enseñarles cómo secuestrar aviones [31]. En un libro publicado en septiembre
de 2011, Ali Soufan afirma que 12 años después de haber aceptado su
culpabilidad, en mayo de 1999, Ali Mohamed seguía esperando su condena en 2011
[32].
Lo anterior hace pensar que
hay en Estados Unidos un grave problema de funcionamiento, muy anterior al 11
de septiembre. Se trata en realidad de un problema que ha seguido existiendo
bajo las dos mayorías políticas. Las condiciones de confidencialidad
garantizadas por las acreditaciones especiales no sólo impidieron que se
conociesen las anomalías de funcionamiento –como demostraré más adelante– sino
que contribuyeron a engendrarlas. La historia del espionaje demuestra que el
poder, cuando se ejerce en la esfera de las actividades ilegales, se convierte
poco a poco en una fuerza contraria al poder público democrático [33]. Mientras
más restringido es el grupo de planificadores especiales que dispone de sus
propias acreditaciones, menos posibilidades hay de que sus decisiones
correspondan a las exigencias de las legislaciones nacionales e
internacionales, y menos aún a la moral y al sentido común.
Agréguense a esas ambiguas
condiciones de confidencialidad las relaciones fundamentalmente malsanas y
corruptas que mantienen las agencias de inteligencia estadounidenses con las de
Arabia Saudita y Pakistán. Esas relaciones han sido hasta ahora profundamente
antidemocráticas, tanto en Asia como en nuestro país. Mediante un mecanismo de
reciclaje de riquezas, la dependencia estadounidense del petróleo saudita ha
subvencionado en realidad una propagación del islamismo por todo el mundo. Al
mismo tiempo, el dinero que el 99,9% de los estadounidenses paga por su
gasolina y su gas genera sumas gigantescas, sumas que los sauditas reciclan en
las instituciones financieras del 0,1% que conforma la cúpula dominante en Wall
Street.
De la misma manera, la oscura
relación de Estados Unidos con el ISI pakistaní dio lugar a un considerable
aumento del tráfico internacional de droga, esencialmente gracias a los
clientes afganos de la CIA y del ISI [34]. En resumen, el mal funcionamiento burocrático
que ya mencionamos al referirnos al 11 de septiembre es síntoma de un problema
mayor. Ese problema tiene su principal origen en la relación que Estados Unidos
mantiene con Arabia Saudita, con Pakistán y –a través de esos países– con el
resto del mundo.
Los acuerdos de enlace y la
protección de Khaled al-Mihdhar y Nawaf al-Hazmi
Aún sin entrar a tener en
cuenta el sugestivo precedente del atentado con bomba de 1993 contra el World
Trade Center, resulta totalmente justificado pensar que ciertos acuerdos de
enlace hayan podido impedir el arresto de Khaled al-Mihdhar y de Nawaf
al-Hazmi. Analicemos, en primer lugar, lo que descubrió Kevin Fenton: «Es
evidente que esas informaciones [sobre los dos individuos] no fueron retenidas
como resultado de una sucesión de incidentes extraños sino de forma
intencional» [35]. Yo pienso que se trata de un descubrimiento importante e
irrefutable. Pero no podemos estar tan seguros de la explicación que propone
Fenton, según la cual «el objetivo de la retención de información era en lo
adelante permitir el desarrollo de los ataques» [36].
En realidad, yo pienso que
tras esa intención hay cierto número de posibilidades, que van desde la
explicación relativamente inocente (los bloqueos provocados por un acuerdo de
enlace) hasta la más espantosa. Antes de analizarlas tenemos que estudiar la
noción de «permitir el desarrollo de los ataques». Es evidente que si los
presuntos piratas aéreos no eran arrestados en las puertas de embarque de los
aeropuertos, la consecuencia sería que habría muertos. ¿Pero cuántos?
Recordemos que en los documentos de la operación Northwoods [37], sobre la
planificación de ataques bajo bandera falsa [Las operaciones “bajo bandera
falsa” (false flag) son provocaciones organizadas y realizadas secretamente con
la intención premeditada de atribuirlas al adversario. NdT.] que debían
justificar una intervención militar contra Cuba, varios responsables del Comité
de Jefes de Estados Mayores Interarmas (JCS) habían escrito: «Podríamos
desarrollar una campaña de terrorismo [falsamente atribuida a los comunistas de
Cuba]» durante la cual «podríamos hundir un barco lleno de cubanos» [38].
¿Sería acaso muy diferente a eso la pérdida de 4 aviones comerciales llenos de
pasajeros?
Por supuesto, la dimensión trágica
del 11 de septiembre se vio considerablemente amplificada cuando los aviones se
estrellaron contra las Torres Gemelas y contra el Pentágono. A pesar de ello es
posible pensar que las personas que estaban al corriente del acuerdo de enlace
sobre los dos sauditas no pensaran que dichos individuos fuesen capaces de
concretar algo de aquellas proporciones. Debemos recordar que las lecciones de
vuelo que recibieron, a pesar de ser simplemente a bordo de un Cessna, fueron
tan desastrosas que terminaron prematuramente. El instructor les dijo que
«simplemente no estaban hechos para pilotear» [39].
Permítanme sugerir que los
ataques del 11 de septiembre se dividen en 3 etapas diferentes: los secuestros
aéreos, los estrellamientos contra los edificios y los sorprendentes derrumbes
de 3 edificios del World Trade Center. Es posible que el equipo de enlace del
«grupo Alec Station» previera solamente la primera etapa, sin imaginarse la
existencia de las 2 etapas siguientes.
Una explicación inicial de las
retenciones de información sobre dos de los presuntos piratas aéreos
–explicación a la vez simple y menos retorcida– sería la hipótesis que yo
propuse en el caso de Emad Salem: las restricciones de acceso a la información
impuestas por la existencia de las acreditaciones especiales requeridas en el
marco de un acuerdo de enlace. Sin embargo, al igual que en 1993, los poderes
secretos constituidos tras la muralla de las acreditaciones restrictivas podían
utilizarse para alcanzar otros objetivos. La peligrosa situación creada
entonces –o sea, la existencia de posibles piratas aéreos protegidos del
arresto precisamente en momentos en que se esperaba un ataque– pudiera haber
incitado a ciertos individuos a explotar las condiciones de secreto ya creadas
como una oportunidad para planificar un incidente necesario para justificar la
guerra. Hay que subrayar entonces un importante parecido entre el 11 de
septiembre y el falso segundo ataque del Golfo de Tonkín, en agosto de 1964,
utilizado para justificar la agresión contra Vietnam del Norte. Efectivamente,
al igual que en aquella época, existía en la cumbre del Estado una poderosa
facción que estaba decidida a desencadenar una acción militar unilateral. Se
trata de la camarilla del PNAC, que maniobraba en 2001 en el seno del gobierno
de Estados Unidos [40].
Uno de los indicios de esa
siniestra intención es el hecho que el modelo de disimulación que detalla Kevin
Fenton no se limita a los dos sauditas y a sus supervisores de la estación de
la CIA. También podemos comprobar una cadena de retenciones de información por
parte de otras agencias. Para ser más precisos, se trata de las informaciones
del grupo Able Danger que fueron destruidas por el SOCOM y de la disimulación
–que evidentemente cometió la NSA– de una intercepción importante, que
aparentemente tenía que ver con los presuntos piratas aéreos y con Zacarias
Mussaui [41].
Gracias a numerosos relatos
provenientes de fuentes internas de la administración Bush, sabemos que antes
del 11 de septiembre existía también en la cúpula del Estado un poderoso
consenso a favor de la guerra. Ese consenso orbitaba alrededor de Dick Cheney,
de Donald Rumsfeld y de la llamada facción del PNAC (el Proyecto para el Nuevo
Siglo Americano), que antes de la elección de George W. Bush había desarrollado
un enérgico cabildeo a favor de una acción militar contra Irak.
Sabemos también que la
inmediata respuesta de Rumsfeld a los atentados del 11 de septiembre fue
proponer un ataque contra Irak, y que la planificación de ese ataque se inició
el 17 de septiembre de 2001. Es por lo tanto necesario analizar la posibilidad
de que los individuos que protegieron a los presuntos piratas aéreos hayan
podido compartir esas ambiciones guerreristas [44].
[1] El Informe de la Comisión
sobre el 11 de Septiembre minimizó la importancia de al-Bayumi (ver 9/11
Commission Report, pp.217-18). Pero el Informe de la Comisión Mixta del
Congreso encargada de investigar lo sucedido el 11 de septiembre, a pesar de
seguir estando considerablemente censurado, nos ofrece información que
corrobora lo anterior (pp.173-77). Esa información incluye un informe que indica
que Basnan organizó una fiesta para el «jeque ciego» Omar Abdel Rahman,
implicado en el primer atentado con bomba contra el World Trade Center,
cometido en 1993.
[2] Inicialmente, al igual que
otros observadores, yo sospeché que aquellos 2 hombres eran agentes dobles
sauditas. También es posible que hayan sido enviados a Estados Unidos como
objetivos designados para ser vigilados individualmente o los dos a la vez por
los sauditas y los estadounidenses. Uno de mis pocos desacuerdos con Kevin
Fenton aparece cuando él llama a al-Mihdhar «uno de los agentes más
experimentados [entre los piratas aéreos]» (Fenton, Disconnecting the Dots,
p.205). A mí me parece, por el contrario, que al-Mihdhar era un espía
inexperimentado o incompetente o que se exponía deliberadamente para poner a
prueba la capacidad de respuesta estadounidense.
[3] Summers, Eleventh Day, p.396.
[4] 9/11 Commission Report, p.184.
[5] Steve Coll, Ghost Wars: the secret history
of the CIA, Afghanistan, and bin Laden, from the Soviet invasion to September
10, 2001 (Penguin, New York, 2004), pp.456-57.
[6] Thomas E. Ricks y Susan B. Glasser,
Washington Post, 14 de octubre de 2001.
[7] Ricks y Glasser, Washington Post, 14 de
octubre de 2001.
[8] Michael Klare, Blood and Oil (Metropolitan
Books/Henry Holt, New York, 2004), pp.135-36; citando a R. Jeffrey Smith, «U.S.
Leads Peacekeeping Drill in Kazakhstan», Washington Post, 15 de septiembre de
1997. Cf. Kenley Butler, «U.S. Military Cooperation with the Central Asian
States», 17 de septiembre de 2001.
[9] En 1957, como joven
diplomático canadiense, yo mismo tuve a mi disposición un acceso especial, que
era una acreditación de un nivel superior al «top secret», para consultar datos
de inteligencia de la otan –un enlace relativamente abierto y directo.
[10] Para el recuento de Ali
Mohamed, ver Scott, La Route vers le Nouveau Désordre Mondial, pp.213-225
(capítulo 8).
[11] Ibidem, 158; citando a
John Berger, «Unlocking 9/11: Paving the Road to 9/11»: «Ali Mohamed fue una de
las principales Fuentes del tristemente célebre Contacto Presidencial Cotidiano
(PDB, siglas en inglés de Presidential Daily Briefing) del 6 de agosto de 2001
titulado ‘Ben Laden decidido a atacar Estados Unidos’.» En mi opinión, el PDB,
frecuentemente citado como un ejemplo del buen resultado de la CIA, ilustra
probablemente la forma como la CIA preparaba lo que se convertiría de antemano
en los de los controles post 11 de septiembre. Sin mencionar su nombre, el PDB
se refiere 3 veces a Ali Mohamed describiéndolo como una amenaza, a pesar de
que este se hallaba bajo control de las autoridades federales y en espera de
ser condenado debido a su papel en los atentados de 1998 contra las embajadas
estadounidenses. En otras palabras, el PDB parece haber sido redactado para
adornar los archivos, al igual que el trabajo de Wilshire en el FBI, durante
aquel mismo mes de agosto de 2001.
[12] John Berger, Ali Mohamed, p.20 (Cloonan);
9/11 Commission Report, p.261 (PDB).
[13] James Risen, New York Times, 31 de octubre
de 1998; dans Scott, La Route vers le Nouveau Désordre Mondial, pp.439-41.
[14] Raleigh News and Observer, 13 de noviembre
de 2001; en Scott, La Route vers le Nouveau Désordre Mondial, pp.440-41. Yo
agregué la palabra «ejército». El Cuartel General del USSOCOM está en Fort
MacDill, una base aérea de la US Air Force en la Florida.
[15] Dana Priest y William M. Arkin, «‘Top
Secret America’: A look at the military’s Joint Special Operations Command»,
Washington Post, 2 de septiembre de 2011.
[16] Fenton, Disconnecting the Dots, pp.168-69;
Summers, Eleventh Day, p.371, p.550.
[17] Ibidem, p.372.
[18] Scott, American War Machine, p.161; Scott,
La Route vers le Nouveau Désordre Mondial, pp.101-03.
[19] Ahmed Rashid, Taliban: Militant Islam,
oil, and fundamentalism in Central Asia (Yale UP, New Haven CT, 2000), p.129.
[20] John Prados, Safe for Democracy, p.489;
conversación en Scott, American War Machine, pp.12-13.
[21] James Risen, State of War: the secret
history of the CIA and the Bush administration (Free Press, New York, 2006),
pp.188-89.
[22] Fenton, Disconnecting the Dots, p.104.
[23] Summers, Eleventh Day, p.397.
[24] Joseph J. y Susan B. Trento, citados por
Summers, Eleventh Day, p.399. Desde que présenté este ensayo en la
conferencia internacional de Toronto el 11 de septiembre de 2011, «Bob Kerrey
[, ex senador] por Nebraska, un demócrata miembro de la […] Comisión sobre el
11 de Septiembre, [declaró] en un testimonio bajo juramento […] que
‘importantes interrogantes [seguían] sin respuestas’ en cuanto al papel de las
instituciones sauditas. ‘Nunca se siguieron verdaderamente las pruebas que
indicaban una posible implicación de agentes del gobierno saudita en los
ataques del 11 de septiembre’, declaró el señor Kerrey» («Saudi Arabia May Be
Tied to 9/11, 2 Ex-Senators Say», New York Times, 29 d febrero de 2011.). Para
más información sobre ese caso, no mencionado por la prensa francesa, ver
«11-Septembre: Deux anciens sénateurs US déposent sous serment et mettent en
cause l’Arabie Saoudite (+ Vidéo)», ReOpen911, 5 de marzo de 2012.
[25] Wright, Looming Tower, p.161; citado por
Summers, Eleventh Day, p.216.
[26] Ese tipo de corrupción es
previsible y está muy extendida. En los célebres ejemplos de Gregory Scarpa y
Whitey Bulger, agentes del FBI destacados en las oficinas de Nueva York y de
Boston fueron acusados de proporcionar a sus informantes de la mafia
informaciones que dieron lugar a asesinatos de testigos y de rivales. Los
agentes del antiguo Buró de Estupefacientes (FBN, siglas del Federal Bureau of
Narcotics) en Nueva York se implicaron tanto en el tráfico de droga de sus
informantes que hubo que cerrar el FBN y reorganizarlo.
[27] Ralph Blumenthal, «Tapes Depict Proposal
to Thwart Bomb Used in Trade Center Blast», New York Times, 28 de octubre de
1993, acentuación agregada. Al día siguiente, el Times publicó una
pequeña corrección: «Las transcripciones de las cintas secretamente grabadas
por un informante, Emad A. Salem, muestran que este último había advertido al
gobierno que se estaba fabricando una bomba. Sin embargo, las transcripciones
no permiten determinar claramente si las autoridades federales sabían que el
blanco era el World Trade Center.»
[28] Scott, La Route vers le
Nouveau Désordre Mondial, pp.205-06.
[29] Peter Dale Scott, «La
Bosnie, le Kosovo et à présent la Libye: les coûts humains de la collusion
perpétuelle entre Washington et les terroristes», Mondialisation.ca, 17 de
octubre de 2011. Evan Kohlmann describió como una oficina de Zagreb, abierta
para ayudar a los yihadistas respaldados por Arabia Saudita en Bosnia, recibía
«directamente todas sus órdenes y sus fondos de la principal oficina de
al-Kifah en Estados Unidos, situada en Atlantic Avenue [en Brooklyn] y
controlada por el jeque Omar Abdel Rahman» (Evan Kohlmann, Al-Qaida’s Jihad in
Europe, pp. 39-41; citando a Steve Coll y Steve LeVine, «Global Network
Provides Money, Haven», Washington Post, 3 de agosto de 1993).
[30] Scott, La Route vers le
Nouveau Désordre Mondial, pp.215-16, pp.440-41; citando el artículo «Canada
freed top al-Qaeda operative», Globe and Mail de Toronto, 22 de noviembre de
2001.
[31] Scott, ibidem, pp.213-225 (capítulo 8).
[32] Ali Soufan, The Black Banners, pp.94-95,
p.561.
[33] La corrupción parece ser
inevitable para las superpotencias –Estados que han acumulado un poderío
excesivo en relación con lo que en realidad se requiere para garantizar su
defensa. Ese proceso es menos perceptible en Estados menos poderosos, como
Canadá.
[34] Peter Dale Scott, «America’s Afghanistan:
The National Security and a Heroin-Ravaged State», Asia-Pacific Journal: Japan
Focus, N°20, 18 de mayo de 2009. Cf. «U.S. looks into Afghan air force
drug allegations», CNN, 8 de marzo de 2012: «Estados Unidos está investigando
sobre acusaciones contra miembros de la fuerza aérea afgana, que habrían
utilizado sus aviones para transportar droga, según declaró el jueves un vocero
del ejército estadounidense. Los investigadores quieren saber si esas
acusaciones de tráfico de droga, inicialmente reportadas en el Wall Street
Journal, tienen relación con el tiroteo en el que murieron 8 oficiales de la US
Air Force en el aeropuerto de Kabul, la capital afgana. ‘Estamos verificando
las acusaciones sobre uso indebido de aparatos de AAF’, declaró el teniente
coronel Tim Staufer, refiriéndose a las alegaciones según las cuales el
equipamiento de la fuerza aérea afgana ha sido utilizado en el transporte
ilegal de armas y droga.»
[35] Fenton, Disconnecting the Dots, p.310.
[36] Ibidem, p.371, cf. p.95.
[37] Ver «Quand l’état-major américain
planifiait des attentats terroristes contre sa population», por Thierry
Meyssan, y «Document déclassifié: L’Opération Northwoods (1962)», Réseau
Voltaire, 5 de noviembre de 2001.
[38] Comité de Jefes de los Estados Mayores
Interarmas (JCS), «Courses of Action Related to Cuba (Case II)» ; citado en
Scott, American War Machine, p.196.
[39] Washington Post, 30 septiembre de 2001; en
Summers, Eleventh Day, p.293; cf. 9/11 Commission Report, pp.221-22.
[40] Ver Scott, American War Machine,
pp.199-203.
[41] Fenton, Disconnecting the Dots, pp.360-61,
p.385. Es evidente que también hubo retención de información en las
altas esferas del Comando Mixto Interarmas (USJFCOM, siglas de US Joint Forces
Command): «El vicealmirante Martin J. Meyer, comandante en jefe adjunto (DCINC)
del USJFCOM, fue uno de los responsables que asistieron al contacto del DO5
[una unidad de inteligencia del USJFCOM a cargo de la vigilancia del terrorismo
contra Estados Unidos]. […] Sin embargo, dos semanas antes del 11 de
septiembre, a pesar de las alertas emitidas durante aquel contacto, Meyer
habría dicho al mayor general Larry Arnold –el comandante del NORAD para la
región continental de Estados Unidos (CONR)– y a otros altos responsables del
CONR que sus inquietudes sobre Osama ben Laden como posible amenaza para
Estados Unidos eran infundadas y que, para citarlo, ‘todo el mundo dejara
simplemente de mirar la CNN, no existiría una amenaza llamada Osama ben Laden’»
(Jeffery Kaye y Jason Leopold, «EXCLUSIVE: New Documents Claim Intelligence on
Bin Laden, al-Qaeda Targets Withheld From Congress’ 9/11 Probe», Truthout.org,
13 de junio de 2001).
[42] Scott, American War Machine, p.201.
[43] Ibidem, pp.200-02.
[44] Mark Selden ha descrito
el proceso de «la exacerbación de las pasiones nacionalistas provocadas por
ataques provenientes de no se sabe dónde» como el elemento que ha «respaldado
el ‘modo de guerra americano’ desde 1898» (Mark Selden, «The American
Archipelago of Bases, Military Colonization and Pacific Empire: Prelude to the
Permanent Warfare State», que será publicado en 2012, International Journal of
Okinawan Studies).
Peter Dale Scott
Peter Dale Scott, ex
diplomático canadiense y profesor de inglés en la Universidad de California, es
poeta, escritor e investigador. Sus principales libros de poesía son los tres
volúmenes de su trilogía: Seculum: Coming to Jakarta: A Poem About Terror
(1989), Listening to the Candle: A Poem on Impulse (1992), y Minding the Darkness:
A Poem for the Year 2000. Además ha publicado: Crossing Borders: Selected
Shorter Poems (1994). En noviembre de 2002 recibió el Premio Lannan de Poesía.
Como orador contra la guerra durante las guerras de Vietnam y del Golfo, fue
co-fundador del Programa de Estudios de la Paz y de Conflictos en UC Berkeley,
y de la Coalición sobre Asesinatos Políticos (COPA). Su poesía ha tratado tanto
su experiencia como su investigación. Su investigación más reciente se ha
concentrado en las operaciones clandestinas de USA, su impacto en la democracia
en casa y en el extranjero, y sus relaciones con el asesinato de John F.
Kennedy y el narcotráfico global. El crítico de poesía Robert Hass escribió
(Agni, 31/32, p. 335) «que Coming to Jakarta es el poema político más importante
que haya aparecido en el idioma inglés desde hace mucho tiempo».
(Continuará…)
Fuente: Red Voltaire.
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