«La fabricación de una serie
de provocaciones destinadas a justificar una intervención militar es realizable
y podría concretarse con ayuda de los recursos disponibles.»
Informe del J-5 de la Junta de
Jefes de Estados Mayores Interarmas de los Estados Unidos (JCS), 1963 [1].
La guerra del terror de Bush y
la manipulación de los
datos de inteligencia
datos de inteligencia
El 11 de septiembre de 2001,
en las horas que siguieron a los mortíferos ataques perpetrados aquel día,
George W. Bush, Donald Rumsfeld y Dick Cheney embarcaron a Estados Unidos en lo
que posteriormente llamaron la «guerra contra el terrorismo». En mi opinión,
deberíamos llamarla más bien la «guerra del terror» ya que fue utilizada contra
los civiles, de forma repetida y por todos los beligerantes, incluyendo a los
actores representantes de los Estados. Una guerra del terror se caracteriza por
la preponderancia del uso de armas de destrucción que actúan de forma
indiscriminada, ya sea de artefactos explosivos improvisados (AEI) emplazados
al borde de las carreteras o de misiles disparados desde el aire por drones
(aviones tele-dirigidos) de alta tecnología [2].
La guerra del terror podemos
verla también como un elemento de un proceso más amplio, de alcance global. Con
la guerra del terror todas las potencias importantes recurren al terror contra
los civiles en el marco de campañas estrechamente vinculadas entre sí –China en
la región de Xinjiang y Rusia en Chechenia, al igual que Estados Unidos en
numerosas regiones del mundo [3]. En su contexto global, la guerra del terror
puede verse como la última etapa de la extensión secular de la civilización
trans-urbana a zonas en las que prevalece una resistencia rural. En esas
regiones se ha podido comprobar que las formas convencionales de guerra no
pueden llegar a un verdadero final, por razones geográficas y culturales.
La guerra del terror fue
formalmente declarada por George W. Bush en la noche del 11 de septiembre de
2001, cuando anunció en su discurso a la nación que Estados Unidos no
reconocería «diferencia alguna entre los terroristas que perpetraron estos
actos y quienes los albergan» [4]. Pero la noción según la cual el objetivo de
la guerra del terror de Bush era perseguir a los terroristas perdió su
credibilidad en 2003, cuando se aplicó esa fórmula al Irak de Sadam Husein,
país conocido no por albergar terroristas sino como blanco del terrorismo [5].
En 2005, aquella noción siguió perdiendo credibilidad como consecuencia de la
publicación en Gran Bretaña de lo que se conoce como el Memo de Downing Street.
En ese documento, el director del MI6, los servicios británicos de inteligencia
exterior, informaba –después de una visita a Washington, en 2002– que «Bush
quería derrocar a Sadam Husein mediante una acción militar, justificada por el
vínculo entre el terrorismo y las ADM (Armas de Destrucción Masiva. NdlR.).
Pero los hechos y los datos de inteligencia estaban falseados para responder a
los objetivos políticos» [6]. Posteriormente, toda una serie de historias
falsas que vinculaban a Irak con las ADM, el ántrax y el concentrado de mineral
de uranio del Níger (el «yellow cake») aparecieron en la prensa en el momento
oportuno.
El presente ensayo demostrará
que antes del 11 de septiembre de 2001 una pequeña facción en el seno de la
Unidad ben Laden de la CIA y de las agencias vinculadas a esta, el llamado
«grupo Alec Station», ya venía maniobrando también para «falsear» los datos de
inteligencia mediante su supresión. Esa maniobra permitió iniciar la guerra del
terror, de manera premeditada o no. Consistió en esconderle al FBI una serie de
pruebas sobre 2 de los futuros presuntos piratas aéreos del 11 de septiembre, Khaled
al-Mihdhar y Nawaf al-Hazmi, para evitar que el FBI vigilara a esos dos
individuos y a sus colegas antes de los atentados.
Los autores del Informe de la
Comisión sobre el 11 de Septiembre reconocieron ese fracaso en el intercambio
de información. Pero lo consideraron un accidente que hubiera podido evitarse
«si se hubiesen asignado más recursos» [7]. Esa explicación fue refutada
posteriormente por Thomas Kean, el presidente de la Comisión sobre el 11 de
Septiembre. Recientemente, cuando dos realizadores le preguntaron si el fracaso
alrededor de al-Mihdhar y al-Hazmi podía ser un simple error, Kean respondió:
«Oh, eso no fue una omisión
motivada por la negligencia. Fue intencional. No cabe duda alguna. […] Nosotros
llegamos a la conclusión de que esas agencias llevan el secretismo en su ADN. Y
ese secretismo las lleva a no compartir su información con quienquiera que
sea.» [8]
En 2011, un importante libro
de Kevin Fenton, Disconnecting the Dots («Sembrando la confusión») [9],
demostró de forma irrefutable que la retención de información había sido
intencional, y que se había aplicado a lo largo de un periodo de 18 meses.
Aquella interferencia y manipulación se hicieron especialmente flagrantes y
polémicas en los días anteriores al 11 de septiembre, al extremo de llevar a
Steve Bongardt, un agente del FBI, a predecir el 29 de agosto de 2001 –o sea,
menos de 2 semanas antes del 11 de septiembre– que «algún día, esto costará
vidas» [10].
Como veremos posteriormente,
las razones que motivaron esa retención de información siguen siendo un
misterio. Hubo una época en que yo mismo estuve de acuerdo con las
especulaciones de Lawrence Wright, quien creía posible que la CIA quisiese
reclutar a los dos sauditas y que «estuviese protegiendo también una operación
en el extranjero [posiblemente en coordinación con Arabia Saudita], y temiera
por lo tanto que el FBI la revelara» [11]. El objetivo de este ensayo es
sugerir que las razones que motivaron esa retención de información pueden haber
estado vinculadas al objetivo, mucho más amplio, de los neoconservadores,
objetivos que estos imponían por entonces a la política exterior de Estados
Unidos: la consolidación de la hegemonía global estadounidense mediante el
establecimiento de bases avanzadas alrededor de los yacimientos petrolíferos
del Asia Central.
En resumen, la retención de
pruebas puede ser vista como un elemento del esquema, más amplio y siniestro,
que venía desarrollándose en aquella época, incluyendo la ineficacia del
gobierno de Estados Unidos en su respuesta a los ataques del 11 de septiembre,
así como los envíos de cartas que contenían ántrax –todo lo cual facilitó el
voto de la Patriot Act.
Hoy en día, los trabajos de
Kevin Fenton me han convencido de que la explicación de Lawrence Wright –sobre
el hecho que la CIA estaba protegiendo una operación secreta– puede explicar
también por qué la retención de pruebas comenzó en enero del año 2000, pero no
logra explicar su reanudación en los días anteriores al 11 de septiembre.
Fenton analiza una lista de 35 ocasiones diferentes en que los presuntos
secuestradores aéreos fueron protegidos de esa manera –desde enero del año 2000
hasta el 5 de septiembre de 2001 más o menos [12]. Veremos que, según su
análisis, esos incidentes pueden clasificarse en dos categorías esenciales. Los
motivos que Fenton atribuye a la primera categoría eran «cubrir una operación
de la CIA que ya estaba en marcha» [13]. Sin embargo, cuando ya «todas las
alarmas del sistema [de seguridad nacional] estaban en rojo» en el verano de
2001, y la CIA esperaba un ataque inminente, Fenton concluye, al no poder
encontrar otras explicaciones, que «el objetivo de la retención de información
era, a partir de ahí, permitir el desarrollo de los ataques» [14].
Esta última citación de Fenton
implicaría que los miembros del «grupo Alec Station» cometieron un crimen, aún
si ese crimen no constituía un asesinato premeditado sino un homicidio
involuntario. Pudiéramos imaginar, en efecto, varias razones bien intencionadas
para esa retención de información. Por ejemplo: quizás la CIA toleró las
acciones de los dos sauditas para poder localizar a sus compañeros. En ese
caso, se trataría de un simple error de cálculo, aunque haya dado lugar a un
homicidio.
La guerra del terror y el
proyecto de dominación global de Donald Rumsfeld, Dick Cheney y Paul Wolfowitz.
Sin embargo, en el marco de
este ensayo, voy a detenerme en las actividades que realizó en Uzbekistán el
director de la Unidad ben Laden de la CIA, Richard Blee. Uzbekistán era una
zona que preocupaba mucho a Blee y su superior, Cofer Black. Pero era también
un lugar muy interesante para Dick Cheney. En efecto, Halliburton, la empresa
que Chenye dirigió entre 1995 y el año 2000, participaba desde 1997 –incluso
desde antes– en la explotación de las reservas petrolíferas del Asia Central.
En 1998, en un discurso ante los magnates del petróleo, el propio Cheney
declaró: «No recuerdo haber visto una región emerger tan bruscamente como zona
de gran importancia estratégica como es el caso hoy para [la cuenca del] Caspio»
[15].
Voy a demostrar que el
objetivo y el resultado de la protección a los dos sauditas pudo haber sido
alcanzar los objetivos de Dick Cheney, de Donald Rumsfeld y del Proyecto para
el Nuevo Siglo Americano (PNAC según las siglas en inglés correspondientes a
Project for the New American Century). En efecto, el proyecto de esta facción
de los neoconservadores consistía en establecer «fuerzas preposicionadas» en
Asia Central [16]. Veremos que, el mismo 11 de septiembre, en una llamada
telefónica del director de la CIA George Tenet a Stephen Cambone (una figura
central del PNAC en el Pentágono), el propio Tenet parece haber transmitido a
Cambone ciertos datos importantes que nunca llegaron al FBI.
Uno de los objetivos de ese
plan de los neoconservadores era mantener la dominación de Estados Unidos e
Israel en esa región, por razones de seguridad. Como vamos a ver, el proyecto
de ese grupo consistía también en crear condiciones favorables para futuras
acciones preventivas unilaterales contra varios Estados inamistosos, como Irak.
Ese plan del PNAC fue elaborado, en particular, para establecer nuevas bases
militares permanentes en el Medio Oriente, anticipando el previsible anuncio
que hizo Donald Rumsfeld en 2003 al afirmar que Estados Unidos retiraría de
Arabia Saudita «prácticamente todas sus tropas, con excepción del personal
destinado al entrenamiento [militar]» [17]. Sin embargo, otro objetivo de ese
plan era reforzar la influencia estadounidense en los Estados del Asia Central
que acababan de obtener la independencia y que disponían de importantes
reservas –no confirmadas– de gas y petróleo.
En ese contexto, la alarmante
conclusión de Fenton sobre los actos de la CIA que condujeron a los ataques del
11 de septiembre cobra mayor importancia en relación con el plan del PNAC. Lo
mismo sucede si nos detenemos en las otras 3 anomalías flagrantes de la guerra
del terror de George W. Bush.
La primera anomalía es la
paradoja que representa el hecho que esta supuesta lucha contra al-Qaeda se
realizara junto a Arabia Saudita y Pakistán, precisamente las dos naciones más
activas en el apoyo a esa organización a través del mundo. Veremos en este ensayo
cómo los servicios de inteligencia de Estados Unidos y de Arabia Saudita
cooperaron para proteger a los agentes sauditas en el seno de al-Qaeda, en vez
neutralizarlos.
Segunda anomalía: aunque la
CIA pudo haberse movilizado para destruir al-Qaeda, Rumsfeld y Cheney tenían
desde el principio la intención de iniciar una guerra a una escala mucho más
grande. En septiembre de 2001, ninguna información sobre el 11 de septiembre
vinculaba a Irak con los atentados. A pesar de ello, el secretario de Defensa
Donald Rumsfeld, con el apoyo de su adjunto Paul Wolfowitz, observaba ya desde
el 12 de septiembre «que no existían blancos convenientes que bombardear en
Afganistán y [que había que] bombardear Irak, ya que en [ese país] había según
él mejores blancos» [18]. El argumento de Rumsfeld estaba respaldado por un
documento del Departamento de Defensa preparado para las reuniones que se
desarrollaron en Camp David el 15 y el 16 de septiembre de 2001, documento que
«proponía que ‘los blancos inmediatamente prioritarios para las primeras
acciones’ debían ser al-Qaeda, los talibanes e Irak» [19].
Ese país ya estaba en el
colimador Rumsfeld y Wolfowitz por lo menos desde 1998, año en que los dos
firmaron una carta del PNAC, dirigida al entonces presidente Bill Clinton, en
la que llamaban al «derrocamiento del régimen de Sadam Husein» [20]. Pero Irak
no era el único blanco del plan de Cheney, Rumsfeld y Wolfowitz –plan que, al
menos desde 1992, tenía como objetivo nada más y nada menos que la dominación
global de Estados Unidos, o lo que el ex coronel estadounidense Andrew Bacevich
llamó «la hegemonía americana global y permanente» [21]. Era esa una importante
prioridad de los neoconservadores. Incluso antes de que George W. Bush fuese
electo por la Corte Suprema, en diciembre del año 2000, ya Cheney venía
maniobrando para garantizar a los firmantes de la carta del PNAC de 1998 el
acceso a puestos claves en la Casa Blanca, en el Departamento de Estado y en el
Departamento de Defensa. Entre los firmantes de la carta estaban Richard
Armitage, John Bolton, Richard Perle y otros miembros del PNAC, como Cambone,
de quien hablaremos más adelante.
Ya desde sus inicios, la
guerra del terror había sido concebida como una vía para concretar el proyecto
de hegemonía global. El 24 de septiembre de 2001, Condoleezza Rice, consejera
de Seguridad Nacional, «abordó la cuestión del apoyo estatal al terrorismo:
‘¿Cuál es nuestra estrategia hacia los países que apoyan el terrorismo, como
Irán, Irak, Libia, Siria y Sudán?’» [22]. En sus memorias, el general Wesley
Clark reveló que desde noviembre de 2001 aquella interrogante se había
convertido en un plan quinquenal del Departamento de Defensa:
«Cuando volví al Pentágono en
noviembre de 2001, uno de los principales oficiales entre los altos
responsables del ejército me concedió tiempo para conversar. Sí, seguíamos en
camino de atacar Irak, según me dijo. Pero eso no era todo. Me hizo saber que
aquel ataque estaba previsto en el marco de un plan quinquenal para la
realización de una campaña militar. En total, había 7 países en la lista,
empezando por Irak, y después Siria, Líbano, Irán, Somalia y Sudán.» [23]
En aquella época, el ex
oficial de la CIA Reuel Marc Gerecht publicó un artículo en The Weekly Standard
apoyando la necesidad de un cambio de régimen en Irán y en [24] (Desde ese
semanario neoconservador, Gerecht sigue advirtiendo aún hoy a la opinión
pública sobre la amenaza que supuestamente representan esos dos países.). En
tiempos de Clinton, Gerecht, al igual que Cheney y Rumsfeld, formaba parte del
Proyecto para el Nuevo Siglo Americano (PNAC, siglas en inglés), facción
belicista que exhortaba a una acción militar contra Irak en particular, y más
generalmente pedía un importante presupuesto de Defensa, que hubiese «aumentado
considerablemente los gastos de defensa» para favorecer «la causa del liderazgo
[global] de Estados Unidos». El informe del PNAC publicado en septiembre del
año 2000 –Rebuilding America’s Defenses (En español, “Reconstruir las defensas
de América”)– abordaba ampliamente el petróleo del Golfo Pérsico y la
importancia de mantener y reforzar «fuerzas preposicionadas en esa región»
[25].
Es interesante señalar que a
finales de 2001, poco después del 11 de septiembre y del inicio de la guerra
del terror, Estados Unidos ya había establecido nuevas bases militares en
Uzbekistán, Tayikistán y Kirguizia. EEUU estaba así en una posición mucho mejor
para influir en las políticas de los gobiernos recientemente emancipados del
este de la cuenca del Caspio –región rica en hidrocarburos. A través de este
ensayo veremos que el acuerdo de 2001 que permitió la instalación de la primera
y más importante de esas bases –la de Karshi-Khanabad (también llamada K-2), en
Uzbekistán– se basó en un arreglo anterior del Pentágono, completado por un
acuerdo de enlace de la CIA negociado en 1999 par Richard Blee, del «grupo Alec
Station» (Blee es un personaje central en este ensayo). La mayoría de los
estadounidenses ignoran que el 11 de septiembre ya había Fuerzas Especiales de
EEUU desplegadas en la base K-2 en el marco de una misión uzbeka de
entrenamiento militar. Tampoco saben que el 22 de septiembre de 2001, dos
semanas antes de un acuerdo militar formal entre los ejércitos de Estados
Unidos y Uzbekistán, «la CIA ya estaba enviando sus equipos hacia la enorme
base aérea de Karshi-Khanabad (o K-2) situada en el sur de Uzbekistán, donde
ingenieros del US Army estaban preparando la pista de aterrizaje» [26].
La tercera anomalía de esta
«guerra contra el terrorismo» es que condujo a un evidente aumento del uso del
terror, léase la tortura, por parte de los propios Estados Unidos e incluso
contra sus propios ciudadanos. Hay que señalar, en ese aspecto, que Dick Cheney
y Ronald Rumsfeld, a través de su participación en el ultrasecreto «Proyecto
Juicio Final» del Departamento de Defensa, habían participado también en la
planificación de la Continuidad del Gobierno (Continuity of Government o COG).
En Estados Unidos, la COG estaba destinada a socavar la Bill of Rights (En
español, la Carta de Derechos. NdT.) mediante la vigilancia sin mandato y la
detención arbitraria de los disidentes politicos Peter Dale Scott, [27]. Esa
planificación –cuyo origen proviene del temor a los comunistas, reflejado en el
macarthismo de los años 1950– sirvió de base a los complejos planes que
desarrollaron el Pentágono y otras agencias para contrarrestar las protestas de
los movimientos antibelicistas contra su objetivo común: instaurar la
dominación global de Estados Unidos.
Como ya he explicado
anteriormente, Estados Unidos gasta anualmente miles de millones de dólares en
el sector de la seguridad interna. Esos gastos se deben en gran parte a la
creencia –formulada por el coronel del US Marine Corps Oliver North– de que la
guerra de Vietnam se perdió en las calles estadounidenses y que es necesario
limitar esa capacidad civil de disuasión contra las operaciones militares de
Estados Unidos [28]. Como miembros del llamado «Proyecto Juicio Final» para la
planificación de la Continuidad del Gobierno (COG), Cheney y Rumsfeld
contribuyeron a esos esfuerzos [29]. En resumen, el 11 de septiembre permitió
la aplicación de programas que una pequeña facción de responsables
estadounidenses ya había estudiado desde mucho antes, o sea permitió concretar
nuevas políticas radicales en Asia Central, pero también permitió implantar
cambios en los propios Estados Unidos.
USAF: Fuerza aerea de los Estados Unidos de América. |
Resulta a la vez difícil y
doloroso estudiar la posibilidad del crimen de homicidio que sugieren las
meticulosas investigaciones de Kevin Fenton. Estados Unidos atraviesa hoy una
crisis provocada por las actividades de bancos considerados demasiado importantes
para permitir su quiebra («Banks Too Big to Fail»). Como se ha subrayado, esos
bancos eran también demasiado importantes como para permitir el encarcelamiento
de sus dirigentes («Banks Too Big to Jail»). En efecto, castigar a sus
dirigentes como a vulgares criminales pondría en peligro la estructura
financiera, ya amenazada, de Estados Unidos [30]. El presente ensayo expone, de
forma detallada, un fenómeno similar, lo que podría ser un crimen demasiado
importante para ser castigado («Crime Too Big to Punish»).
Y finalmente, como veremos, el
11 de septiembre tiene puntos en común con el asesinato de John F. Kennedy.
La disimulación alrededor del
11 de septiembre y el papel de la CIA en la realización de los ataques.
Diez años después es
importante reevaluar lo que se sabe o no sobre los acontecimientos que
condujeron al 11 de septiembre, especialmente en lo tocante a las acciones de
la CIA o del FBI, así como la negativa de comunicar información crucial a la
Comisión sobre el 11 de Septiembre.
Hoy podemos afirmar con
confianza:
1) que las verdades más
importantes siguen sin conocerse, en gran parte porque los documentos cruciales
se mantienen en secreto o considerablemente censurados;
2) que prosiguen los esfuerzos
disimulatorios, incluso más agresivamente que antes;
3) que, además de la
disimulación, debemos analizar lo que John Farmer, ex miembro de la Comisión
sobre el 11 de Septiembre, llamó «una incompetencia administrativa sin precedentes
o una mentira organizada» por parte de personajes claves en Washington [31].
Entre esos personajes se cuentan el presidente George W. Bush, el
vicepresidente Dick Cheney, el general del NORAD Richard Myers y el director de
la CIA George Tenet. También podemos incluir a Samuel Berger, el ex consejero
de Seguridad Nacional del presidente Bill Clinton, quien antes de prestar
declaración sobre esos temas se presentó en los Archivos Nacionales para
retirar de allí –y quizás destruir– documentos cruciales [32]. En su libro,
Farmer confirma ambas posibilidades.
La primera, o sea «la
incompetencia burocrática sin precedentes», es en realidad la explicación que
ofrece la Comisión sobre el 11 de Septiembre sobre las evidentes anomalías
vinculadas a los atentados y que marcaron los 20 meses anteriores a esos
hechos, cuando la Unidad ben Laden de la CIA (la llamada Alec Station) ocultaba
información importante al FBI. Sin embargo, gracias al importante nuevo libro
de Kevin Fenton, Disconnecting the Dots, ya no es posible seguir atribuyendo el
comportamiento anormal de la CIA a «problemas sistémicos», o a lo que Tony
Summers designa apresuradamente como la «confusión burocrática» [33].
Basándose en importantes
libros de James Bamford, de Lawrence Wright, de Peter Lance y de Philip Shenon,
Fenton demuestra de forma irrefutable que existía en la CIA una práctica
sistemática que consistía en esconder información crucial para el FBI, incluso
cuando el FBI normalmente tenía derecho a conocer esa información. También demuestra,
con más fuerza aún, que ese proceso de retención de información se mantuvo
sistemáticamente a lo largo de las cuatro investigaciones sucesivas realizadas
después del 11 de septiembre: la investigación del Congreso presidida por los
senadores Bob Graham y Richard Shelby (parte de la cual se mantiene clasificada
como secreta), la de la Comisión sobre el 11 de Septiembre, la del Inspector
General del Departamento de Justicia y la del Inspector General de la CIA.
Lo más determinante en los
trabajos de Fenton es que demuestran que esas numerosas retenciones de
información –tanto las anteriores como las posteriores al 11 de septiembre–
fueron obra de un número de individuos relativamente restringido. La
disimulación de información que debía ser de conocimiento del FBI fue
principalmente obra del llamado «grupo Alec Station» –una facción en el seno de
la Unidad ben Laden de la CIA (que a su vez se conoce como «Alec Station» pero
que es más amplia que el llamado “grupo”). El «grupo Alec Station» se componía mayoritariamente
de personal de la Agencia, pero incluía también algunos elementos del FBI. Las
figuras claves de ese grupo eran el oficial de la CIA Tom Wilshire (al que la
Comisión sobre el 11 de Septiembre llama «John») y su superior directo en Alec
Station, Richard Blee.
Bomba atómica en Hiroshima (1945) |
La disimulación posterior al
11 de septiembre alrededor de la actuación de Wilshire fue principalmente obra
de una sola persona, Barbara Grewe. Esta última trabajó primero en la
investigación del Inspector General del Departamento de Justicia sobre el
comportamiento de Wilshire. Barbara Grewe fue trasladada después a dos puestos
sucesivos en el equipo de la Comisión sobre el 11 de Septiembre, en cuyo seno,
y bajo la autoridad de su director ejecutivo Philip Zelikow, logró desviar la
atención de los investigadores, que se interesaban por los resultados de la
CIA, hacia los resultados del FBI [34]. Independientemente de que Grewe haya
dirigido o no las entrevistas con Wilshire y con otros funcionarios dignos de
interés, «seguramente se inspiró en ellas al redactar sus segmentos en los
informes de la Comisión [sobre el 11 de Septiembre] y en los del Inspector
General del Departamento de Justicia» [35].
Los sucesivos cambios de
puesto de Barbara Grewe son sintomáticos de una disimulación voluntaria
decidida a un nivel jerárquico superior. Como vamos a ver, lo mismo sucede con
el traslado –en mayo de 2001– de Tom Wilshire, que pasó de Alec Station (la
Unidad ben Laden de la CIA) al FBI, donde comenzó una nueva etapa de
interferencias en el flujo normal de la información, organizando la obstrucción
dentro del propio FBI [36].
Ese proceso comienza a partir
de la información obtenida gracias a la vigilancia, por parte de la NSA y la
CIA, sobre una importante reunión de la cúpula dirigente de al-Qaeda en enero
del año 2000 –probablemente el único encuentro de ese tipo antes del 11 de
septiembre. En Estados Unidos, esa reunión llamó instantáneamente la atención
de los responsables de la seguridad nacional debido a su vinculación indirecta
con un elemento de apoyo logístico (un teléfono multilíneas basado en Yemen que
al-Qaeda utilizaba). Se sospechaba que aquel elemento de apoyo había servido de
centro de comunicación para los atentados con bombas realizados contra las
embajadas estadounidenses en 1998. Como señala Kevin Fenton «[la] Agencia se
dio cuenta de que aquella réunion era tan importante que puso al corriente a
los directores del FBI y de la CIA [Louis Freeh y Dale Watson], al consejero de
Seguridad Nacional Samuel Berger y a otros altos responsables sobre las
informaciones recogidas en aquella ocasión» [37].
Sin embargo, en el seno de
Alec Station, Tom Wilshire y su adjunta en la CIA (designada como «Michelle»)
[38] bloquearon los intentos de Doug Miller -un agente del FBI destacado en
aquella unidad- de notificar al Buró que uno de los participantes en aquel
encuentro tenía una visa estadounidense en su pasaporte (se trataba de Khaled
al-Mihdhar) Fenton, [39]. Peor aún, en aquel momento, «Michelle» envió a otras
estaciones de la CIA un cable que afirmaba –lo cual era falso– que «los
documentos de viaje [de al-Mihdhar], incluyendo una visa estadounidense con
entradas múltiples, habian sido copiados y transmitidos ‘al FBI con vista a más
amplias investigaciones’» [40]. Alec Station se abstuvo también de incluir a
los participantes en aquel encuentro en una lista de vigilancia, como exigían
las directivas de la CIA [41].
Comenzaba así un proceso
sistemático, y a veces mentiroso, a través del cual se ocultaba
sistemáticamente al FBI las informaciones de la NSA y de la CIA sobre Khaled
al-Mihdhar y su compañero de viaje Nawaz al-Hazmi. Aquellas informaciones
fueron también deformadas, falseadas o manipuladas para evitar toda
investigación del Buró sobre los dos sauditas y sus socios. Ese proceso es un
aspecto importante de la historia del 11 de septiembre. En efecto, el
comportamiento de aquellos dos aprendices de piratas del aire era tan poco
profesional que, sin aquella protección de la CIA, garantizada por el «grupo
Alec Station», es casi seguro que hubiesen sido detectados y arrestados o
expulsados, incluso mucho antes de que se preparan para tomar el vuelo 77 hacia
hacia Washington [42].
Kevin Fenton termina su
investigación con una lista de 35 ocasiones diferentes en que los dos presuntos
piratas aéreos fueron protegidos de aquella manera –entre enero del año 2000 y
el 5 de septiembre de 2001 más o menos, o sea una semana antes de los
secuestros aéreos [43]. En el análisis de Fenton esos incidentes pueden
clasificarse en 2 categorías principales. Los motivos que Fenton atribuye a la
primera categoría, como la retención del cable de Doug Miller, eran «encubrir
una operación de la CIA que ya estaba en marcha» [44]. Sin embargo, al
referirse al momento en que «todas las alarmas del sistema [de seguridad
nacional] estaban en rojo» en el verano de 2001, y en que la CIA esperaba un
ataque inminente, Fenton concluye, al no poder encontrar ninguna otra
explicación, que «el objetivo de la retención de información era en lo adelante
permitir el desarrollo de los ataques» [45].
Después de su traslado al FBI,
Tom Wilshire cambió ostensiblemente su manera de interferir. Mientras estuvo en
la CIA, Wilshire maniobró para impedir la transmisión de información al Buró.
Cuando llegó al FBI, emprendió una serie de revisiones de aquella misma
información, pero tan lentamente que esta no pudo tener efecto antes del 11 de
septiembre. Fenton sospecha que Wilshire se anticipó a un posible control de
los documentos que estaba manejando y que estaba sembrando en ellos una serie
de pistas falsas para neutralizar sus embarazosos resultados [46].
Pienso que actualmente debemos
aceptar la conclusión proveniente de las investigaciones de Kevin Fenton: «Está
claro que la retención de aquellas informaciones no fue consecuencia de una
sucesión de extraños incidentes, sino que fue intencional.» [47] Yo sugiero,
sin embargo, una explicación diferente para aquellas intenciones –explicación
que, a primera vista, puede parecer más simple, más inocente y también más
explicativa de otros aspectos del misterio del 11 de septiembre (a pesar de que
esos aspectos puedan parecer no estar relacionados).
(Continuará …)
Peter Dale Scott para Red Voltaire.
[1] Comité de Jefes de los
Estados Mayores Interarmas (JCS), «Courses of Action Related to Cuba (Case
II)», Informe del J-5 para el Comité de Jefes de los Estados Mayores
Interarmas, 1º de mayo de 1963, NARA #202-10002-10018, p.21; conversación en
Peter Dale Scott, American War Machine (Rowman & Littlefield, Lanham, MD, 2010),
p.193, p.196. Edición francesa: La Machine de guerre américaine (Demi-lune,
2012).
[2] La guerra del terror se
desarrolló desde los ataques aéreos contra la población civil que marcaron la
Segunda Guerra Mundial, comenzando por Guernica y terminando con los bombardeos
masivos contra ciudades alemanas y japonesas. A pesar de todo, aquella guerra
aérea no era más que un componente de una guerra convencional mucho más amplia
entre varias fuerzas armadas.
[3] Sin embargo, ni un solo
acto de terror perpetrado desde el comienzo de esta década, ya sea por las
tropas de Muammar el Kadhafi en Libia y de Bachar al-Assad en Siria, ha logrado
sobrepasar o tan sólo acercarse a la devastación de la ciudad iraquí de Faluya
por las tropas estadounidenses, en 2004.
[4] «Statement by the President in His Address
to the Nation», 11 de septiembre de 2001. El 20 de septiembre de 2001,
en una alocución pronunciada ante una session conjunta del Congreso, George W,
Bush declaró: «[nuestra] ‘guerra contra el terror’ comienza con al-Qaeda, pero
no se limita [a esa organización]. No se detendrá hasta que cada grupo
terrorista dotado de capacidad de acción global sea hallado, detenido y
destruido.
[5] Sobre ese aspecto, ver el
Informe Final de la Comisión Nacional sobre los ataques terroristas contra
Estados Unidos, cuya versión original se titula The 9/11 Commission Report
(W.W. Norton, Nueva York, 2004), p.66: «Hasta el momento, no hemos visto
ninguna prueba que indique que […] Irak cooperó con al-Qaeda en la
planificación o la ejecución de ataque alguno contra Estados Unidos.» (Este
informe está disponible en francés con el título: 11-Septembre, Rapport final
de la Commission d’enquête sur les attaques terroristes contre les États-Unis
[Équateurs, París, 2004]. El autor estadounidense David Ray Griffin lo analiza
críticamente en Omissions et manipulations de la Commission d’enquête [Éditions
Demi-Lune, París, 2006]).
[6] Sunday Times (Londres), 1º de mayo de 2005;
Mark Danner, The Secret Way to War: the Downing Street Memo and the Iraq War’s
buried history (New York Review Books, Nueva York, 2006).
[7] 9/11 Commission Report,
pp.266-72.
[8] Rory O’Connor y Ray Nowosielski,
«Who Is Rich Blee?», 911Truth.org, 21 de septiembre de 2011, (documental
transcrito y traducido al francés por la asociación ReOpen911); Rory O’Connor y
Ray Nowosielski, «Insiders voice doubts about CIA’s 9/11 story», Salon, 14 de
octubre de 2011 (artículo traducido al francés por ReOpen911 y publicado bajo
el título «La réaction des initiés et leurs doutes à propos de la version de la
CIA concernant le 11-Septembre»). Rory O’Connor y Ray Nowosielski agregaron a
sus propias investigaciones la confirmación de Richard Clarke, el ex director
del contraterrorismo en la Casa Blanca bajo la presidencia de Bill Clinton y la
George W. Bush. Clarke les declaró que él suponía que ‘la orden de no comunicar
la información venía de las altas esferas’ de la CIA. Cuando le preguntaron de
quién podía venir semejante orden, Clarke respondió: ‘Pienso que viene del
director’, refiriéndose a [George] Tenet y agregando que este último y algunos
de sus colegas nunca admitirían la verdad ‘ni aunque les hiciesen sufrir el suplicio
del ahogamiento’.
[9] Kevin Fenton, Disconnecting the Dots
(TrineDay, Walterville, OR, 2011).
[10] 9/11 Commission Report, p.259, p.271;
Lawrence Wright, The Looming Tower: Al-Qaeda and the Road to 9/11 (Knopf, Nueva
York, 2006), p.352-54; Peter Dale Scott, American War Machine, p.203. Edición
francesa: La Machine de guerre américaine (Demi-lune, 2012).
[11] Lawrence Wright, «The Agent», New Yorker,
10 y 17 de julio de 2006, p.68; cf. Wright, Looming Tower, pp.339-44;
conversación en Peter Dale Scott, The War Conspiracy: JFK, 9/11, and the Deep
Politics of War (Mary Ferrell Foundation Press, Ipswich, MA, 2008), p.355,
pp.388-89.
[12] Fenton, Disconnecting the Dots, pp.383-86.
[13] Ibidem, p. 48. Cf. Lawrence Wright, «The
Agent», New Yorker, 10 y 12 de julio de 2006, p.68; citado con consentimiento
en Peter Dale Scott, American War Machine, p.399. Edición francesa: La
Machine de guerre américaine (Demi-lune, 2012).
[14] Fenton, ibidem, p.371,
cf. p.95.
[15] Lutz Kleverman, «The new Great Game», Guardian
(Londres), 19 de octubre de 2003.
[16] Rebuilding America’s Defenses: Strategy,
Forces and Resources For a New Century: A Report of the Project for the New
American Century, septiembre de 2000, p.17, p.27 (traducido al francés y
reproducido idénticamente por ReOpen911, p.17, p.27).
[17] «US Pulls out of Saudi Arabia», BBC News,
29 de abril de 2003.
[18] Richard A. Clarke, Against All Enemies:
inside America’s war on terror (Free Press, Nueva York, 2004), p.31.
[19] Bradley Graham, By His Own Rules: The
Ambitions, Successes, and Ultimate Failures of Donald Rumsfeld (Public Affairs,
Nueva York, 2009), p.290.
[20] PNAC, Letter to President Clinton on Iraq,
26 de enero de 1998.
[21] Gary Dorrien, Imperial Designs:
Neoconservatism and the New Pax Americana (Routledge, Nueva York, 2004). Bacevich
se refería a un memo de 1992 redactado por Paul Wolfowitz y destinado a Dick
Cheney, en aquel entonces secretario de Defensa. El memo exhortaba a Estados
Unidos a conservar su capacidad para actuar unilateralmente. Ver Lewis D. Solomon, Paul D. Wolfowitz:
visionary intellectual, policymaker, and strategist (Praeger, Nueva York,
2007), p.52; Andrew Bacevich, American Empire: The Realities and Consequences
of U.S. Diplomacy (Harvard UP, Cambridge MA, 2002), p.44.
[22] Bob Woodward, Bush at War (Simon &
Schuster, Nueva York, 2002), p.131. Mucho antes, en la tarde del 11 de
septiembre, el oficial del Pentágono Stephen Cambone había tomado notas durante
su conversación con Rumsfeld: «Necesidad de blancos inmediatos – Actúen
masivamente. Barran con todo eso, vinculado o no [a los ataques del 11 de
septiembre]».
[23] Wesley Clark, Winning Modern Wars
(PublicAffairs, Nueva York, 2003), p.130.
[24] Siria Nicholas Lemann, «The Next World
Order», New Yorker, 1º de abril de 2002.
[25] Rebuilding America’s Defenses: Strategy,
Forces and Resources For a New Century: A Report of the Project for the New
American Century, septiembre de 2000, p.17, p.27 (traducido al francés y
reproducido idénticamente por ReOpen911, p.17, p.27).
[26] Ahmed Rashid, Descent
into chaos: the United States and the failure of nation building in Pakistan,
Afghanistan, and Central Asia (Viking, Nueva York, 2008), p.69, p.70; citando a
Ahmed Rashid, «US Builds Alliances in Central Asia», Far Eastern Economic
Review, 1º de mayo de 2000: «La CIA y el Pentágono habían colaborado
estrechamente con el ejército y los servicios secretos uzbekos desde 1997,
proporcionando equipamiento, entrenamiento y supervisión con la espereanza de
utilizar las Fuerzas Especiales uzbekas para expulsar a Osama ben Laden de
Afganistán –hecho descubierto durante un viaje a Washington, en 2000.»
[27] «Le ‘Projet Jugement
dernier’ et les événements profonds: JFK, le Watergate, l’Irangate et le
11-Septembre», Réseau Voltaire, 4 de enero de 2012.
[28] Peter Dale Scott, La Route vers le Nouveau
Désordre Mondial: 50 ans d’ambitions secrètes des États-Unis (Éditions
Demi-Lune, París, 2010), p.36.
[29] Algunos estimados sobre
los gastos anuales en el sector de la seguridad interna alcanzan el billón de
dólares (o sea, un millón de millones). Ver Stephan Salisbury, «Weaponizing the Body Politi», TomDispatch.com, 4
de marzo de 2012.
[30] Cf. Simon Johnson, «Too
Big to Jail», Slate, 24 de febrero de 2012: «La principal motivación tras la
indulgencia de la administración hacia ciertos crímenes graves es evidentemente
el temor a las consecuencias que pudiera tener una acción firme contra
banqueros. Y nuestros dirigentes quizás tienen razón en sentir ese temor, a la
vista de las enormes dimensiones de los bancos para todo lo que tiene que ver
con la economía. En efecto, estos son hoy más grandes de lo que eran antes de
la crisis. Además, como James Kwak y yo mismo ya lo hemos demostrado
ampliamente en nuestro libro titulado 13 Bankers, los bancos son mucho más
grandes que hace 20 años.»
[31] John Farmer, The Ground Truth: the untold
story of America under attack on 9/11 (Riverhead Books, Nueva York, 2009),
p.288; citado en Anthony Summers y Robbyn Swan, The Eleventh Day: the full
story of 9/11 and Osama bin Laden (Ballantine, Nueva York, 2011), p.147.
[32] Summers, Eleventh Day, pp.383-84; cf.
Farmer, Ground Truth, p.41. A pesar de ser miembro del Partido
Demócrata, Samuel Berger fue protegido después por la administración
republicana de George W. Bush, que le evitó tener que comparecer ante el
Congreso para dar cuenta de sus actos (lo cual era una condición en su
negociación de pena).
[33] Summers, ibidem, p.334.
[34] Fenton, Disconnecting the Dots, pp.72-79. Barbara
Grewe salió enseguida del gobierno para irse a trabajar a Mitre Corp., une
firma privada que se ocupa de los contratos entre la CIA y otra firma llamada
Ptech. Hace varios años, en un testimonio de Indira Singh sobre el 11 de
septiembre, esta última planteó serias interrogantes sobre el trabajo realizado
por Ptech y Mitre Corp. sobre los sistemas de interoperabilidad entre la FAA y
el NORAD; voir Scott, La Route vers le Nouveau Désordre Mondial, p.245.
[35] Fenton, ibidem, p.78. Una
empleada de los Archivos Nacionales, Kirsten Wilhelm, declaró a Kevin que
«parece que Barbara Grewe realizó las entrevistas con ‘John’ [Wilshire] y Jane
[Corsi]», otra figura clave en este asunto. Wilhem no pudo encontrar «registro
oficial» de la entrevista con Wilshire, entrevista que Fenton llama con toda
razón «la audiencia probablemente más importante que haya dirigido la Comisión
[sobre el 11 de Septiembre]» (p. 79). Al citar también una correspondencia con
Kirsten Wilhelm, Summers desaprueba el hecho que no haya ningún rastro de
aquella entrevista con Wilshire, y dice que existe un informe sobre aquel
intercambio pero que «está censurado en su integralidad» (Summers, Eleventh
Day, p.381, cf. p.552). Se trata de una cuestión importante en la que tendrán
que concentrarse futuras investigaciones.
[36] Fenton, ibidem, p.225.
[37] Ibidem, p.38; citando 9/11 Commission
Report, pp.181-82.
[38] «Michelle» fue
identificada posteriormente por Internet pero, hasta el momento, por una sola
fuente.
[39] ibidem, pp.42-45;
resumiendo el informe del Inspector General del Departamento de Justicia,
pp.239-42; cf. Wright, Looming Tower, pp.311-12.
[40] Fenton, ibidem, p.50;
resumiendo el informe del Inspector General del Departamento de Justicia,
pp.242-43; cf. Wright, Looming Tower, pp.311.
[41] Fenton, ibidem, p.45.
[42] Ignoro si realmente
abordaron ese avión. Pero estoy convencido de que al-Mihdhar y al-Hazmi
actuaron como si quisieran secuestrar una nave aérea, como lo demuestran sus
contactos con al-Qaeda en Malasia y en otros lugares, y sus intentos de
aprender a pilotear un avión, etc.
[43] Fenton, ibidem,
pp.383-86.
[44] Ibidem, p.48. Cf. Lawrence Wright, «The Agent»,
New Yorker, 10 y 12 de julio de 2006, p.68; citado con consentimiento en Peter
Dale Scott, American War Machine, p.399. Edición francesa: La Machine de
guerre américaine (Demi-lune, 2012).
[45] Fenton, ibidem, p.371,
cf. p.95.
[46] Ibidem, 239-42, 310-22.
Fenton señala que Corsi trabajó en el cuartel general del FBI, que coordinaba
«los enlaces con los servicios extranjeros» (p.313).
[47] Ibidem, p.310.
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