Sin embargo, el presupuesto
militar asciende aproximadamente a un 55 % del gasto discrecional del año
fiscal actual y aumentará aún más en el siguiente. De acuerdo con las
proyecciones de la Oficina de Administración y Presupuesto, el dinero destinado
a gastos militares tendrá un aumento adicional de 522,000 millones de dólares
durante la próxima década. Tom Engelhardt señaló en TomDispatch.com: «He aquí
una realidad para los estadounidenses: el Pentágono es nuestro verdadero Estado
de bienestar, los fabricantes de armas son nuestras reales “reinas de
bienestar” a los cuales no hemos parado nunca de atiborrar con dinero».
Existe un enorme y
generalizado despilfarro, así como fraude y abusos del Pentágono y de los contratistas
militares, que dan por resultado mayor bienestar para los ricos. William
Astore, un teniente coronel de la aviación retirado, concluyó: «En lo que
concierne a las cuestiones militares de nuestra nación, no funciona eso de
“ojos que no ven, corazón que no siente”. Ahora, teniendo en cuenta el
permanente estado de guerra en el que nos encontramos, llama la atención la
gran cantidad de estadounidenses que se alegran de no “saber nada”».
La opinión pública nunca oye
hablar en los grandes medios corporativos de los gastos de guerra y de cuánto
cuesta todo realmente. Varios ejemplos ilustran el grado de abuso al
contribuyente:
Se estima que un solo sistema de armamento
futuro le cueste al contribuyente estadounidense casi un tercio de lo que se
espera que se gaste en el plan de atención de salud propuesto por la
administración de Obama durante toda una década. Originalmente se estimaba el
precio de un avión F-35 en 50 millones de dólares, pero hoy es de 113 millones.
La infantería de marina, la fuerza aérea y la marina de guerra planean comprar
un conjunto de 2,450 unidades de F-35, que costarían en total unas 323,000
millones de dólares.
Una reciente sesión de la Comisión [federal]
sobre Contratos en Tiempo de Guerra en Iraq y Afganistán lanzó un informe de
111 páginas con sus «investigaciones iniciales acerca de la exagerada
dependencia del país de los contratistas». De acuerdo con lo expresado en la
audiencia: «Más de 240,000 empleados contratistas —de ellos, cerca del 80 % son
extranjeros— están trabajando en Iraq y Afganistán para apoyar operaciones y
proyectos militares de EE.UU., del Departamento de Estado y de la Agencia de
Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID). La cantidad de
empleados de las empresas contratistas superan en número a los soldados
estadounidenses en la región.
Aunque los contratistas
proporcionan servicios vitales, la Comisión considera que el empleo de estos
también ha acarreado la pérdida de miles de millones de dólares en despilfarro,
fraude y abusos debido a la inadecuada planificación, la elaboración de
contratos sin calidad, la limitada competencia, las fallas en la supervisión y
otros problemas». Jeremy Scahill observó que la comisión de tiempo de guerra
que se encarga de revelar el alcance de la corrupción, incluye a miembros que
están a favor de la guerra o que han trabajado para importantes contratistas
militares.
Según Kathy Kelly, autora de Tough Minds,
Tender Hearts (Mentes duras, corazones blandos), «el gobierno de EE.UU. dedica
enormes recursos y mucha sofisticación para matar en Afganistán. Ojalá gastara
un poco de ese dinero en darse cuenta de que dicha política está creando
indignación (…) Un soldado estadounidense —ya en tierra afgana— cuesta cerca de
un millón de dólares al año. Imagínense cuantas cosas buenas podrían hacerse si
ese dinero se invirtiera en el pueblo afgano. Un gobernador en Afganistán gana
cerca de 1,000 dólares al año».
El presidente Obama continúa
el proceso de reinflación del Pentágono que comenzó a finales de 1998,
exactamente tres años antes de los ataques del 11 de septiembre. El aumento de
gastos en defensa nacional desde 1998 es tan grande como la suma de los
incrementos de Kennedy-Johnson (43 %) y el de Reagan (57 %). Al Departamento de
Defensa se le ha otorgado alrededor de 7,2 mil millones de dólares desde 1998,
año que marca el fi n de la disminución de los gastos militares durante la etapa
posguerra fría. El gasto actual sobrepasa la cifra máxima de los años de la
guerra de Vietnam y de la era de Reagan y en este momento los planes del
Pentágono son mantenerse en ese nivel.
El aumento radical del actual
gasto militar, en comparación con la guerra fría y la segunda guerra mundial,
se justifica con las guerras en Iraq y Afganistán. Sin embargo, si las guerras
de hoy no se incluyeran, todavía existe un incremento de 54 % desde 1998.
El año pasado innumerables
audiencias públicas abordaron el tema de la reforma de la atención de salud,
que además fue durante meses una noticia constante y motivo de discusión de los
ciudadanos, las corporaciones involucradas, los medios y el Congreso. El
programa de atención sanitaria costará al pueblo estadounidense en diez años la
misma cantidad de dinero que invierte en un solo año en la defensa y la
seguridad nacionales. Incluso, anualmente los presupuestos de defensa consiguen
la aprobación sin una sola reunión «de ayuntamiento», sin ninguna cobertura de
los medios y casi sin ningún análisis en el Congreso.
El contribuyente, forzado a pagar cerca de un billón de dólares anuales para financiar al ejército, la infraestructura de seguridad interior y las guerras, sigue siendo un desconocedor de los costos reales. Las razones de la falta de conocimiento público sobre el gasto militar son varias e incluyen: ausencia de cobertura de los medios de comunicación corporativos; grandes medios que utilizan como «analistas» y «expertos» a oficiales jubilados del ejército, que así presentan solamente un lado del asunto; la deferencia inculcada a los civiles con relación a los jefes militares («déjenlo a los expertos uniformados»); secreto y «presupuestos negros» que obscurecen el gasto militar. Entre las cuestiones sobre los militares de EE.UU. que aborda el profesor William J. Astore, surge una pregunta clave:
¿Por qué los militares son
inmunes al doloroso ajuste presupuestario al que hace frente el resto de EE.UU?
Astore concluyó: «Es verdad
que el mundo es un lugar peligroso. El problema es que el Pentágono forma parte
de ese peligro. Nuestro ejército se ha fortalecido y con esa fuerza domina a
nuestro gobierno, incluyendo su política exterior e incluso aspectos de nuestra
cultura, pues no existe contraparte eficaz a su estilo de pensamiento encerrado
y centrado en el conflicto».
Esta dominación está
costándole a EE.UU. enormes sumas de dinero público, es la principal
contribución a la crisis económica, y continuará erosionando desesperadamente,
ahora y en el futuro, los necesarios programas de gasto social público.
Por David
Zupan, Jeremy Scahill , Sam Husseini, Tom Englehardt, William J. Astore - Fuente: Red Voltaire.
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