sábado, 5 de abril de 2014

Vargas Llosa: apologista y cómplice de crímenes de lesa humanidad.

 Ser buen escritor no implica ser buena persona. La historia universal consigna los casos de muchos buenos escritores que fueron individuos ruines, ingratos, malvados, perversos, incluso criminales. Y lo mismo puede decirse de otros tipos de artistas: pintores, escultores, músicos, cineastas. La bondad no es requisito para el dominio del oficio artístico.

 Ahí está, como ejemplo paradigmático, el caso del escritor peruano-español Mario Vargas Llosa. Nadie, que yo sepa, discute o cuestiona su calidad literaria. Pero no hay duda sobre su nula calidad humana, sobre su maldad personal, sobre sus inclinaciones criminales.

¿Hará falta recordar que Vargas Llosa fue promotor, defensor y apologista de la invasión militar de Irak, injustificable agresión que produjo miles y miles de muertos, mutilados y desplazados? Esas decenas de millares de personas fueron víctimas inocentes de la codicia imperialista de Estados Unidos y de la maldad de un individuo, en calidad de cómplice y encubridor, tan torvo y desalmado como Vargas Llosa.

 Y ahora mismo el conocido escritor se encuentra empeñado en conseguir que se reediten en Venezuela los crímenes yanquis cometidos en Irak. Y también, durante las dictaduras militares que desgarraron América Latina en las décadas finales del siglo pasado, en Brasil, en Argentina, en Bolivia, en Uruguay, en Guatemala, en Nicaragua y, emblemáticamente, en Chile.

 ¿Ignora Vargas Llosa que esas tragedias sangrientas fueron provocadas por la política imperialista y criminal de EE.UU.? ¿Desconoce el peruano que tras aquellas lombrosianas dictaduras militares se encontraban los designios, los planes, la asesoría, el respaldo político internacional y el financiamiento de Estados Unidos?

 Vargas Llosa sabe perfectamente que al justificar y respaldar los aprestos de golpe de Estado o de invasión militar extranjera para derrocar al presidente Nicolás Maduro, está trabajando activa y conscientemente para que se repitan en Venezuela las monstruosas experiencias de muchos países de América Latina a lo largo, sobre todo, de la segunda mitad del siglo veinte.

 El novelista y dramaturgo sabe bien que de darse un golpe de Estado o una invasión militar de Estados Unidos (o de algún país vecino o de un ejército mercenario) el sufrimiento del pueblo venezolano será inenarrable. Que la inmensa mayoría de ese pueblo vería correr ríos de su propia sangre. Que la violencia revanchista de la derecha venezolana sería una repetición de la violencia revanchista desatadas contra los republicanos españoles por Franco, así como de la que ordenó, fomentó y prohijó Augusto Pinochet en Chile, tras el derrocamiento del gobierno del presidente Salvador Allende.
Pero según nos muestra con su conducta pública, nada de esto le importa a Vargas Llosa. A él sólo parecen importarle los lauros y los premios. Premios y lauros, aunque provengan, como el Premio Nobel de Literatura, de la misma institución que les concedió el galardón a Henry Kissinger, el genocida de Vietnam y asesino de Allende, y a Barack Obama, el carnicero de Libia y de Siria.

 ¡Ah qué don Mario! Quizá piensa que la posterioridad lo recordará sólo por su Premio Nobel y no por sus inclinaciones a justificar las atrocidades y crímenes del imperialismo norteamericano y de sus cipayos, él mismo uno de ellos.

 Pero la historia enseña que se equivoca. Será recordado por ambas cosas. Como Kissinger y Obama. Quizás en los siglos venideros muchos se deleitarán con su obra. Pero muchos otros, leyéndolo o no, lamentarán que esta celebridad haya sido un desalmado promotor, apologista y, finalmente, cómplice de injustificables crímenes de lesa humanidad.

Por: Miguel Ángel Ferrer / México.

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