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sábado, 9 de abril de 2022

Hito argentino: cuando la Confederación Argentina venció a la primera y a la segunda potencia mundial.

 El 4 de junio de 1846 se libró la batalla de Punta del Quebracho. La escuadra anglo-francesa y sus aliados recibieron una contundente derrota acelerando el fin del bloqueo.

1. El bloqueo anglo-francés

 Las derrotas sufridas por los unitarios en Costa Brava y Arroyo Grande (ver revista DeySeg Nros. 27 y 29) permitieron el establecimiento del segundo sitio de Montevideo. Fructuoso Rivera y sus aliados de la Comisión Argentina fueron cercados por las fuerzas de Manuel Oribe y la Confederación Argentina. El 3 de enero de 1843 la escuadra argentina comandada por el almirante Guillermo Brown zarpó de Buenos Aires para comenzar un nuevo bloqueo sobre la capital oriental, 26 días después 2.500 argentinos enviados por Juan Manuel de Rosas desembarcaron en Colonia y se sumaron a las tropas de M. Oribe. El bloqueo naval se vio interrumpido por la intervención de las naves británicas dirigidas por el comodoro Brett Purvis. Estas acciones hostiles motivaron una serie de incidentes diplomáticos que hicieron que el bloqueo naval recién pudiera restablecerse a mediados de junio. Mientras tanto los unitarios intentaron sacar partido de la situación enviando a Florencio Varela a Londres para que el Foreign Office apoyara las acciones del comodoro B. Purvis. Solicitaron la intervención armada prometiendo entregar a cambio la Mesopotamia donde se establecería un protectorado. Tres años después el propio F. Varela escribía en el periódico El Comercio del Plata: “Nada importa que sean provincias [se refiere a Entre Ríos y Corrientes] un Estado independiente (...). Quisiéramos que la cuestión que empieza a ocupar los espíritus, de si convendría o no la separación de las dos provincias entrerrianas, no produjese embarazos ni tropiezos; nosotros no apoyamos ni combatimos la idea; si hubiera conformidad de pareceres, nada tendríamos que objetar”. (1) Paralelamente el sitio de Montevideo avanzaba lentamente gracias a que ingleses y franceses abastecían la ciudad con armas, pertrechos y víveres. F. Rivera pudo volver a poner en pie una fuerza respetable, pero el 24 de enero de 1844 al frente de 3.000 hombres fue derrotado por Justo José de Urquiza en la batalla de Arroyo Sauce. El 24 de abril el general José María Paz fracasó en su intento de romper el sitio de Montevideo al ser vencido en Arroyo Pantanoso. Los unitarios tuvieron un golpe adicional el 4 de julio al perder a su comandante más capaz. Cansado de las intrigas de F. Rivera y la Comisión Argentina, el general J. M. Paz renunció a la dirección de la defensa de Montevideo y se marchó a Río de Janeiro. El 27 de marzo de 1845 F. Rivera fue nuevamente derrotado por J. J. de Urquiza, esta vez en la batalla de India Muerta. Sobre el campo de batalla dejó 400 muertos y 500 prisioneros, huyendo a Río Grande en Brasil. La suerte estaba echada y en cuestión de días Montevideo caería. Cuando todo parecía perdido, se produjo la intervención armada de Gran Bretaña y Francia, comenzando el bloqueo anglo–francés. En Montevideo quedaban solamente 4.000 defensores, la mayoría extranjeros, bloqueados por tierra y por el río frente a más de 12.000 sitiadores (2). F. Rivera ofreció al Brasil convertir a la Banda Oriental en un protectorado, pero la intervención de Gran Bretaña y Francia lo impidieron.

El General Juan M. De Rosas, fue gobernador de la provincia de Buenos Aires durante el asedio anglo-frances. También fue llamado el "Restaurador de la ley" por sus partidarios en una época donde reinaban la anarquía y la división política entre Unitarios y Federales. Y también fue llamado dictador por sus enemigos políticos.


 El bloqueo de las fuerzas de la Confederación Argentina afectaba los intereses económicos de Francia y Gran Bretaña, pero además existían otros factores que impedían el desarrollo de la política imperialista practicada por estos Estados:

 La política económica dirigida por el gobierno de Buenos Aires encabezado por J. M. de Rosas resultaba perjudicial para estas naciones que rechazaban el proteccionismo generado a partir de la ley de aduanas del 18 de diciembre de 1835, sumado a la negativa de permitir la libre navegación de los ríos interiores. Gran Bretaña y Francia exigían que los ríos argentinos fueran considerados como si se tratara de aguas internacionales. Evidentemente esta pretensión se aplicaba a los ríos argentinos pero no al Támesis o al Sena. Como el gobierno de la Confederación no aceptaba la apertura de los ríos interiores y el levantamiento de las medidas proteccionistas, esto se lograría por la fuerza. El teniente Lauchlan Bellingham Mackinnon, oficial de la corbeta a vapor Alecto dejó un interesante testimonio en su diario de viaje: “La expedición de las fuerzas combinadas, con la intención de destruir el poder de Rosas, dio la oportunidad a cuantos buques deseaban obtener ventaja en la protección militar, para sacar libremente los productos que estaban pudriéndose en los depósitos de dichas provincias, y la oportunidad de introducir al mismo tiempo una gran cantidad de artículos manufacturados”. (3) Si se lograban forzar la libre navegación de los ríos Paraná y Uruguay, los buques mercantes podrían trasladar sus mercaderías al interior de la Confederación Argentina y llegar hasta el Paraguay y Brasil. Para poder realizar esta empresa contaban con el apoyo del gobernador de Corrientes, Joaquín Madariaga, y con el del gobierno paraguayo dirigido por Carlos Antonio López que quería la libre navegación de los ríos interiores argentinos para romper el aislamiento del Paraguay y permitir la salida de sus productos por esta vía.

 Existía la posibilidad de que la Banda Oriental se reintegrara a la Confederación Argentina si triunfaban las fuerzas de M. Oribe. El Uruguay se había independizado en gran medida por las maniobras encabezadas por el mediador británico Lord Ponsomby. Desde su independencia el Estado oriental se convirtió en una importante base de comercio para los europeos. Con los federales en ambas márgenes del río Uruguay, las potencias no tendrían las ventajas económicas de las que gozaban bajo el gobierno de F. Rivera y los unitarios, partidarios del libre comercio.

 Francia y Gran Bretaña fueron tentadas por ofrecimiento de la Comisión Argentina de establecer un protectorado en la Mesopotamia, cercenando Entre Ríos y Corrientes (en esos momentos Misiones formaba parte de Corrientes) de la Confederación Argentina.

 Los problemas económicos de Gran Bretaña aceleraron la decisión del primer ministro, Lord Aberdeen, de enviar fuerzas al río de la Plata. Rápidamente obtuvo el apoyo del rey Luis Felipe de Francia, todavía resentido por la derrota sufrida durante el bloqueo francés (1838–1840). La situación se tornó crítica tras la derrota de F. Rivera en India Muerta. La Gran Albión envió a Guillermo Gore Ouseley (4) y Francia hizo lo propio con el barón Deffaudis (5). Los diplomáticos debían impedir a toda costa que Montevideo cayera en manos de los federales. Tenían órdenes de presentarse como mediadores –título que J. M. de Rosas nunca les reconoció- en el conflicto entre la Confederación Argentina y el gobierno de F. Rivera. Pero las verdaderas intenciones estaban lejos de la mediación pues, mientras llegaban los diplomáticos, las naves anglo–francesas ancladas cerca de Montevideo desembarcaban armas y abastecimientos para reforzar las defensas de la ciudad. La declamada neutralidad o mediación era en realidad beligerancia. A su vez los comandantes de las escuadras  –los Almirantes Inglefield y Lainé– informaron a M. Oribe que no tolerarían un ataque a la ciudad y que desconocían el bloqueo naval sostenido por la escuadra del almirante G. Brown. Al momento de la intervención Gran Bretaña disponía de 10 buques de guerra con 134 cañones y 1.310 hombres. Francia alineó otras 10 naves con 282 cañones y 2.230 hombres, más todos los refuerzos que pudieran llegar.

2. La agresión

 G. Ouseley llegó a Montevideo el 27 de abril de 1845, comprobando la desesperante situación de la sitiada plaza. El 8 de mayo el diplomático británico arribó a Buenos Aires donde presentó sus credenciales a Felipe Arana, encargado de las relaciones exteriores de la Confederación. El representante británico dio a conocer las instrucciones que había recibido de Lord Aberdeen, insistiendo en poner fin al bloqueo a Montevideo y en el cese total de las hostilidades. El 30 de mayo llegó a Buenos Aires el representante francés, barón Deffaudis, presentando sus credenciales el 6 de junio. Inmediatamente ambos interventores comenzaron a actuar en forma conjunta. Se produjo un intercambio de exigencias, con las consiguientes respuestas con J. M. de Rosas y F. Arana negándose a aceptarlas. Simultáneamente los unitarios abrieron un nuevo frente de guerra. El general J. M. Paz, transportado en una nave brasileña, fue llevado a Corrientes donde junto a los hermanos Joaquín y José Madariaga reorganizó el ejército correntino. Estos a su vez firmaron un tratado con el dictador de Paraguay Carlos Antonio López. Acordaron cederle parte de Corrientes –cumpliendo el gran proyecto de C. A. López de lograr una salida al río de la Plata a través de los ríos interiores argentinos, rompiendo su aislamiento- a cambio de apoyo militar. La hostilidad del Paraguay había ido aumentando porque J. M. de Rosas se negaba a reconocer su independencia. La situación se complicó al comenzar las operaciones militares del general J. M. Paz en Corrientes a la vez que Juan Pablo López invadía Santa Fe.(6) A pesar del aumento de la tensión, J. M. de Rosas rechazó sistemáticamente las amenazas de los interventores. El destacado historiador Adolfo Saldías expresó: “El momento era, pues, solemne y decisivo. Ceder a la actitud ultrajante y belicosa de los interventores, era humillar la dignidad nacional, y someter al país a los fáciles avances de la fuerza envanecida con una victoria más fácil todavía”.(7) El 30 de julio de 1845 el Restaurador de las Leyes envió una nota a los interventores y les adjuntó sus pasaportes, es decir los instó a abandonar el territorio argentino. G. Ouseley y el barón Deffaudis se trasladaron a Montevideo para ultimar los detalles para el inicio de las operaciones militares contra la Confederación Argentina.

La flota anglo-francesa averiada por las baterias de la Confederación Argentina.

 El 31 de julio los comandantes de la escuadra anglo–francesa ordenaron al almirante G. Brown levantar el bloqueo a la ciudad, indicando a los tripulantes ingleses y franceses que servían en la escuadra argentina dejar los buques bajo la amenaza de la pena de muerte si no lo cumplían. Para no aumentar la tensión G. Brown accedió al pedido. El 2 de agosto la flota argentina comenzó a retirarse de Montevideo pero, sin aviso previo y a pesar de haber acordado el repliegue, fue arteramente atacada por las naves anglo–francesas. Ante la imposibilidad de resistir por lo inesperado del ataque, los buques argentinos fueron apresados (8). Las hostilidades quedaron declaradas.

 Los interventores le ordenaron al mercenario italiano José Garibaldi la formación de una escuadra para incursionar sobre los ríos interiores argentinos. El 31 de agosto 28 buques con más de 200 cañones bombardearon Colonia. Después de cuatro horas de cañoneo y dos de combates en tierra fue tomada. La ciudad fue saqueada, su templo e imágenes sagradas profanados y la esposa del general Juan Antonio Lavalleja insultada. El 5 de septiembre el J. Garibaldi tomó la isla Martín García, defendida por el mayor Ramón Rodríguez con doce hombres. El 17 se septiembre los interventores declararon el bloqueo a los puertos de la Confederación Argentina. El 19 de septiembre las fuerzas de J. Garibaldi atacaron y saquearon durante dos días Gualeguaychú. El 21 de ese mes fueron tomados Caracoles Grandes, Fray Bentos y Bopicuá, repitiéndose las atrocidades. Ocho días después, con 18 buques, atacó Paysandú pero fue rechazado por la artillería del general Antonio Díaz. El 4 de octubre realizó un nuevo ataque, esta vez sobre Concordia. El general Eugenio Garzón en persona, con 8 lanchones y 350 hombres le propinó una fuerte derrota poniéndolo en fuga. Nueve días después le tocó el turno de ser saqueado al pueblo de Salto, siendo asesinados numerosos vecinos y la iglesia local convertida en cuartel. Mientras J. Garibaldi saqueaba las costas del río Uruguay la escuadra anglo-francesa se internó en el Paraná con el fin de forzar su navegación, tomar contacto con las fuerzas del general J. M. Paz en Corrientes y escoltar a las naves mercantes para que pudieran llevar sus productos hasta el Paraguay. Se formó así un convoy inicial de 11 naves de guerra con 101 cañones secundadas por un centenar de buques mercantes provenientes de Montevideo.

3. La guerra en el río Paraná

 Al conocerse las intenciones de los interventores de forzar la navegación del río Paraná, J. M. de Rosas encargó a su cuñado, el general Lucio Mansilla, organizar su defensa.(9) El 20 de noviembre de 1845 se produjo la primera batalla en la Vuelta de Obligado. Tras casi 12 horas de encarnizados combates las defensas argentinas fueron superadas. No trataremos esta batalla por haber sido objeto de otra nota y nos centraremos en los sucesos posteriores (ver Vuelta de Obligado - La Batalla del Honor Nacional). A pesar de la derrota militar, la heroica resistencia de los argentinos generó una consecuencia positiva ya que muchas de las naves mercantes que intentaban remontar el Paraná para vender sus mercaderías consideraron que la travesía sería demasiado riesgosa por lo que volvieron a Montevideo. La repercusión nacional e internacional de la batalla y de la agresión fue inmediata. La prensa de América y Europa se pronunció contra los interventores celebrando el coraje argentino. El mundo observaba admirado y conmovido como un pequeño Estado se batía gallardamente frente a las dos primeras potencias del mundo en plena época de auge del imperialismo. La figura de J. M. de Rosas comenzó a causar admiración en el mundo entero, siendo llamado “El gran americano”. El general L. Mansilla, todavía recuperándose de las heridas sufridas durante la batalla envió una carta al sargento mayor Agustín Fernández –comandante militar del Rosario– anticipando lo que le sucedería a la escuadra interventora: “(...) A pesar de la excesiva ventaja de los cañones de los inicuos extranjeros hayan conseguido desmontar y despedazar las baterías de Obligado, no por eso osarán a invadir en tierra. Las caballerías cubren los alrededores de aquel punto, y no ocupan nuestros cobardes agresores más terreno que el que alcanza su metralla. Tengo unidos mil hombres en el campo de Tonelero: con éstos y con las fuerzas que los observan seguiré sus movimientos siempre a la mira de ellos, dando aviso de lo que ocurra, hasta reunirme con las fuerzas de esa benemérita provincia para impedir que pisen el suelo que tan atrozmente han ofendido”.(10)

 Los buques aliados permanecieron unos días en la Vuelta de Obligado reparando sus averías, reiniciando la navegación para tomar contacto con el ejército correntino. El 9 de enero de 1846 las fuerzas de la Confederación cañonearon a la escuadra anglo–francesa en Acevedo. El 11 de enero de 1846 el general J. de San Martín escribió una carta a J. M. Rosas ofreciéndole sus servicios. El 16 de enero las baterías mandadas por L. Masilla, por los capitanes José Serezo, Santiago Maurice y Álvaro Alzogaray se enfrentaron a 6 naves de guerra –el vapor Gorgon, la corbeta Expeditive, los bergantines Dolphin y King y dos goletas armadas en Colonia- y 32 mercantes en San Lorenzo, lugar que eligió por ser el paraje en el cual combatió el general J. de San Martín. En la batalla lograron infringir fuertes daños a los mercantes. En el litoral la vanguardia del general J. M. Paz fue vencida el 4 de febrero de 1846 por el gobernador de Entre Ríos Justo José de Urquiza en Laguna Limpia, complicando más la situación de la escuadra. Juan Madariaga, hermano del gobernador de Corrientes, cayó prisionero por lo que los correntinos comenzaron a negociar con el gobernador entrerriano. El 10 de febrero las fuerzas de la Confederación mandadas por el mayor Manuel Virto atacaron a la escuadra en Tonelero. Así describió la acción el teniente L. Mackinnon: “(…) Los enemigos empezaron con gran eficacia y el primer tiro casi atravesó la chimenea del vapor produciendo un ruido estruendoso. Muy luego el pescante del ancla delantera fue partido y destrozado; el proyectil reventó y varios de sus fragmentos hirieron a cinco hombres (…). Fue algo extraordinario que no nos causaran daño mayor, porque tiraban desde una posición bien defendida y, dado lo pequeño de sus cañones, podían volver a cargar con mucha más rapidez que nosotros; a veces tres o cuatro veces mientras cargábamos una vez (…)”.(11) La flota continuó el viaje a duras penas siendo hostigada constantemente por las fuerzas de L. Mansilla. Refiriéndose a la situación de los buques a vela de la escuadra, el 16 de febrero el teniente L. Mackinnon escribió en su diario: “Estos barcos, estaban, si era posible, en peor estado que los primeros, y casi había cundido en ellos el hambre. No quedaba un trozo de carne y se habían producido a bordo algunos casos de escorbuto maligno (…)”.(12) Cada vez que los marinos desembarcaban en la costa para buscar provisiones eran atacados por las partidas de caballería que retiraban el ganado y hostigaban a los invasores: “(…) Enormes tropas de caballos y vacas pastaban en los campos cercanos y de ella se proveía el ejército, [de la Confederación] pero ¡ay! No estaban al alcance de nuestros hambrientos marineros. Porque en el momento en que hubiéramos intentado apoderarnos de un solo animal habría surgido en seguida una horda de caballería gaucha por todos lados y los hubieran conducido tierra adentro. La escasez de provisiones frescas era tan grande que el escorbuto se había propagado entre la tripulación a despecho de algunas legumbres plantadas en la isla, que, afortunadamente, habíamos ocupado (…)”.(13) La situación recién mejoró al llegar a las costas correntinas, todavía en manos de las fuerzas al mando del general J. M. Paz, donde el gobierno de Joaquín Madariaga recibió a sus aliados anglo-franceses.

Juan B. Thorne nació en Nueva
York y había adoptado a la
Argentina como su patria, por la cual luchó
en el bando de la Confederación.

 El 6 de abril el teniente coronel Juan Bautista Thorne (14) volvió a cañonear a los invasores, esta vez en el Quebracho, cerca de San Lorenzo sufriendo la corbeta Alecto considerables daños. La posición había sido bien elegida por L. Mansilla: “Aunque lanzamos entre setenta y ochenta tiros de cañón, supongo que causamos poco daños en proporción a la munición que gastamos, sobre todo en las partes más estrechas del río, porque al menos que los tiros pegaran en el filo mismo de la barranca o en las bocas de los cañones enemigos y en el primer momento del disparo, resultaba luego que, por la gran elevación se perdían muchos que caían en tierra, detrás de las baterías”.(15) El combate fue sumamente violento, desde las elevadas posiciones en la barranca, en un sector donde el Paraná se vuelve más angosto, las baterías de la Confederación abrieron fuego hacia abajo donde los buques enemigos se volvían blanco fácil a la vez que dificultaban la puntería de los anglo-franceses. El teniente L. Mackinnon registró en su diario: “A las dos y media, las granadas empezaron a hacer su efecto al caer, y en diez minutos más ya teníamos los tres cañones y los cohetes en pleno fuego. Este fue contestado con los cañones más bajos de las baterías con balas redondas, hasta que llegamos a la parte más angosta a unas doscientas cincuenta yardas en que nos acribillaban a la vez con bala y metralla, En este tiempo los cañones estuvieron barriéndonos en una posición tal, que no podíamos responder y sólo estábamos en condición de hacer fuego a los cañones que teníamos de costado. Permanecimos así, moviéndonos con dificultad, por lo menos de proa, durante veinte minutos recibiendo el fuego de siete cañones de dieciocho libras, varios de los cuales hacían puntería sobre cubierta”.(16) Trece días después las fuerzas de L. Mansilla lograron recuperar mediante un abordaje el pailebot Federal que había sido capturado por los interventores cuando atacaron la escuadra argentina en Montevideo y rebautizado Obligado. Nuevamente se destacó en las acciones el teniente coronel J. B. Thorne. Este brillante militar volvió a demostrar su valor el 21 de abril al dirigir las baterías que dejaron fuera de combate al vapor Lizard, volteando el mástil donde hondeaba la bandera inglesa que cayó al río. Las naves continuaron navegando bajo el acoso constante de las fuerzas terrestres. Al llegar a Corrientes fueron bien recibidos por el general J. M. Paz pero el rechazo de la población fue generalizado. Las mercaderías se pudrían en el interior de las bodegas de los mercantes. Desalentados por las pérdidas y el nulo éxito comercial de la expedición, los mercantes y buques de guerra iniciaron el lento retorno a Montevideo.

 El 10 de mayo el general J. de San Martín escribió al general Tomás Guido: “Ya sabía la acción de Obligado; ¡que inquidad! De todos modos los interventores habrán visto este échantillon que los argentinos no son empanadas que se comen sin más trabajo que abrir la boca. A un tal proceder no nos queda otro partido que el de no mirar el porvenir y cumplir con el deber de hombres libres, sea cual fuere la suerte que nos depare el destino, que en la íntima convicción no sería un momento dudosa en nuestro favor si todos los argentinos se persuadiesen del deshonor que recaerá sobre nuestra patria si las naciones europeas triunfan en esta contienda, que en mi opinión es de tanta trascendencia como la de nuestra emancipación de la España” (17). El general J. de San Martín dio a la guerra contra Francia, Gran Bretaña y sus aliados tanta trascendencia como la de la guerra de independencia. El juicio era acertado ya que de su resultado dependía la independencia y la integridad territorial de la Confederación Argentina.

4. Punta del Quebracho

 La escuadra anglo-francesa continuó escoltando a los buques mercantes por el río Paraná, pero el viaje no fue sencillo. A los constantes cañoneos de las baterías móviles dirigidas por L. Mansilla y sus oficiales se sumaba en fuego de fusilería y los ataques de las partidas de caballería que impedían los desembarcos. A medida que la flota avanzaba por el Paraná lentamente se desgranaba ya que muchos de los mercantes eran averiados o desistían continuar el viaje por los peligros y porque las mercaderías transportadas no encontraban clientes. La expedición se convirtió en un fracaso económico completo. A las peripecias desde lo militar se sumaba la presión económica y el despliegue diplomático que desgastaban a los interventores. Mientras tanto L. Mansilla había preparado nuevas baterías en las costas del Paraná para cerrarles el paso. La cuestión generó mucha preocupación a los interventores porque las fuerzas de la Confederación habían tenido tiempo para levantar defensas más elaboradas que las que debieron enfrentar los anglo-franceses durante el viaje de ida. Entre la documentación tomada al recuperar al pailebot Federal se encontró una carta del teniente Robins, oficial de la fragata Firebrand, donde afirmaba: “Rozas está levantando baterías a lo largo de las barrancas entre nosotros y Obligado, si no hay una poderosa diversión abajo con fuerzas de tierra para sacar a los hombres de la barranca, ellos echarán a pique algunos de los buques del convoy, y probablemente harán gran daño a los de guerra. Hemos tomado una posición que no podemos sostener sin muchas posiciones fortificadas (…)”.(18) Tras abandonar Corrientes, la escuadra puso rumbo al sur acompañada por un centenar de buques mercantes. Mientras tanto L. Mansilla concentró sus defensas en una zona donde el río Paraná se vuelve más estrecho. El sitio elegido fue la angostura o punta del Quebracho en las costas de la provincia de Santa Fe (a 35 km de Rosario). Consientes del peligro, los comandantes anglo-franceses reorganizaron la flota para intentar forzar el paso. Los buques de guerra fueron divididos en tres grupos:

Vanguardia: vapores Firebrand, Gazendi, Gorgon, Fulton y Alecto seguidos por el bergantín-goleta Dolphin. 

Centro: bergantines San Martín, Fanny y Prócida. 

Retaguardia: buque Coquette y vapores Lizard y Harpy. Durante las noches previas, sin ser detectados, los británicos instalaron una batería de cohetes a la Congreve en una isla ubicada frente a las baterías para sorprender a los defensores al iniciarse la batalla.

Justo J. Urquiza fue varias veces gobernador de la provincia de Entre Ríos, líder del Partido Federal y presidente de la Confederación Argentina entre 1854 y 1860.


 Los mercantes fueron distribuidos entre y detrás de las naves de guerra. La navegación se veía sumamente dificultada porque en ese sector del Paraná la corriente es difícil de dominar, más aún para los buques a vela, y por la angostura del río que puso a las naves al alcance de las baterías. En total los aliados disponían de 12 buques de guerra con 85 cañones y 95 naves mercantes. Durante varios días anclaron en las proximidades de la posición de L. Mansilla para esperar que el viento les fuera favorable.

 El general L. Mansilla organizó a sus fuerzas de la siguiente manera: 

Derecha: una batería, tropas del batallón San Nicolás y del regimiento de Patricios de Buenos Aires al mando del mayor Manuel Virto. 

Centro: dos baterías, las principales, y dos compañías de infantería al mando del teniente coronel J. B. Thorne. 

Izquierda: una batería y un regimiento de infantería al mando del coronel Martín Santa Coloma. 

Reserva: 200 infantes, dos escuadrones de lanceros de Santa Fe y la escolta del general L. Mansilla. 

 En total las fuerzas de la Confederación contaban con 17 cañones y alrededor de 750 hombres.

 La batalla se inició a las 11 de la mañana cuando el Gorgon abrió fuego contra las defensas argentinas. L. Mansilla tomó la bandera nacional y al grito de ¡Viva la soberana independencia argentina! contestó los disparos. A la vez disparó la batería de cohetes a la Congreve que los británicos habían ocultado en una isla frente a las baterías, comandada por el teniente L. Mackinnon. A pesar de la enorme diferencia de bocas de fuego, los aliados vieron dificultada su puntería por la posición de las baterías estratégicamente ubicadas en lo alto de las barrancas, debiendo luchar contra las tropas de la Confederación Argentina a la vez que lo hacían contra la corriente. Los mercantes comenzaron a desorganizarse al intentar superar con rapidez la barrera de fuego de las baterías argentinas, pero sus maniobras generaron desorden, chocando los buques unos contra otros mientras eran arrastrados por la corriente. El teniente L. Mackinnon dejó registrado en su diario: “Mientras avanzábamos hacia la Caledonia, [barca inglesa que había quedado varada] vino a encallar también junto a ella una goleta pequeña; otro buque la siguió y luego encalló otro más, como ovejas que marcharan para la esquila. Cuatro barcos se juntaron allí apretujados (…). En esos precisos momentos, otra goleta, la cuarta, dejó la fila del convoy encaminándose hacia el abra de la que tratábamos de salir. Pero no se hallaba sin duda en condiciones de andar; tenía cortadas varias de sus jarcias y apenas si llevaba dirección. La tripulación de la goleta se hallaba presa del pánico y los hombres corrían a ponerse a cubierto del fuego enemigo, detrás de las pilas de cueros que llevaban como carga en la cubierta. Había entrado a la deriva por alguna distancia en el lugar, impulsada por las velas de proa y su posición no podía ser más crítica (…)”. (19) Los buques de guerra Firebrand, Gazendi, Gorgon, Harpy y Alecto retrocedieron para proteger a los mercantes más comprometidos pero nada pudieron hacer. Ante la imposibilidad de hacerlos salir de la varadura fueron incendiados por sus propias tripulaciones. El teniente Proctor escribió al capitán Charles Hotham, comandante de las naves británicas en el Paraná: “El fuego fue sostenido con gran determinación, fuimos perseguidos por artillería volante y por considerable número de tropas que cubrían las márgenes haciéndonos un vivo fuego de fusilería. El Harpy está bastante destruido; tiene muchos balazos en el casco, chimeneas y cofas”.(20)

 La batalla de prolongó durante hasta las dos de la tarde, siendo averiada una gran cantidad de naves de guerra y mercantes que a duras penas lograron pasar. Los aliados sufrieron la pérdida de 60 hombres entre muertos y heridos. Fueron hundidos una barca, tres goletas y un pailebot cargados con mercaderías valor de cien mil duros, parte de las cuales salvó L. Mansilla consiguiendo apagar el fuego del pailebot. El capitán C. Hotham, en su parte al almirante Inglefield, declaró: “los buques han sufrido mucho”.

 Los daños producidos a los invasores fueron muy superiores a los generados en la batalla de Vuelta de Obligado ya que se logró hundir a cinco naves a costa de apenas un muerto y cuatro heridos entre las fuerzas argentinas, lo que evidencia lo acertado de la elección de la posición y la pericia demostrada en la elaboración de los parapetos donde se ubicó a la artillería. Entre los heridos estaba el teniente coronel J. B. Thorne, herido en la espalda por un casco de metralla. Este hijo adoptivo de la Argentina dijo una vez: “Llevo con orgullo las severas impresiones del plomo del Brasil, del plomo de la Francia, del plomo de la Gran Bretaña, y estos signos me hermosean a mi vista y estos signos me enorgullecen al contemplarlos”.

 El mismo día del enfrentamiento L. Mansilla escribió al coronel Vicente González: “La valiente división de mi mando ha sostenido con digno valor e inteligencia los fuegos desproporcionados del enemigo, haciéndole presentar el denuedo y bizarría de los verdaderos hijos de la patria. Los anglofranceses tan soberbios en los mares, se han cubierto hoy de ignominia. No han conseguido ni la más ligera ventaja. Algunos de sus buques de guerra fueron tan mal tratados por nuestra artillería, que se pusieron luego fuera de combate, y han arrojado al agua más de 30 cadáveres. El convoy de piratas llevó su merecido. Están aún ardiendo a nuestra vista una barca, dos goletas y un pailebot con todo su cargamento. En medio de la confusión producida por nuestros pequeños cañones, estos buques vararon en la costa de enfrente, y los protectores del comercio del Paraná, los que ha poco aseguraban a los salvajes unitarios de Montevideo, y a los ministros Ouseley y Deffaudis que el Paraná estaba franco, no encontraron mejor remedio que incendiar los buques de sus protegidos por no arrostrar un raro más el fuego de nuestras piezas. Esta vez se han mostrado muy cobardes los fanfarrones Hotham y Trehouart (…). Preciso será que ellos y sus mandatarios se persuadan que el pecho de los argentinos es una muralla invencible, cuando se trata de defender su cara independencia y sus sagrados derechos (…)".(21)

Lucio Mansilla, fue un destacado militar argentino, yerno de Juan M. De Rosas.

 Otro testimonio interesante quedó registrado por el doctor Sabino O’Donnell en una carta enviada a Adolfo Alsina donde resumió en gran medida el resultado: “Mi querido primo: llegó al fin el día tan esperado, día de inmensa gloria, de imperecedero recuerdo. El convoy de piratas y sus protectores, los bárbaros anglo-franceses que esperaban hace días un viento favorable, se presentaron hoy al frente de nuestros fuegos. Empezó el combate cerca de las 11 y duró más de tres horas. Han sufrido mucho y a mi juicio van bien escarmentados. En el desorden que les causó nuestra artillería, dirigida con inteligencia y valor, algunos buques mercantes vararon en al costa de enfrente, y esos miserables protectores del comercio de piratas, han incendiado cuatro buques mercantes que aún arden a mi vista (...). Quedarán convencidos que la navegación de nuestros ríos no se hace impunemente; que nada pueden los [cañones] de a 80 contra los valientes pechos en cuyo corazón está fija la idea de los derechos y el honor de la Patria (...). La mano de la Divina providencia se ha señalado a favor de nuestros derechos y de nuestro valientes”.(22)

 Las consecuencias de la batalla fueron inmediatas: cundió la alarma en Montevideo, se decidió la retirada definitiva de la flota en el río Paraná y se aumentaron los impuestos y precios de las mercaderías con el fin de poder obtener nuevos recursos para financiar la fracasada empresa.

5. Diplomacia y algo más ….

 Mientras en las costas del Paraná se luchaba a sangre y fuego contra la escuadra anglo-francesa y sus aliados unitarios, también el gobierno de la Confederación Argentina desplegaba otros recursos para vencer a los agresores. 

 El primero de esos recursos fue la diplomacia. Por decisión de las provincias el gobernador de Buenos Aires era el encargado del manejo de las relaciones exteriores de la Confederación. En virtud de ello ya desde su primer mandato, Juan Manuel de Rosas había establecido un cuerpo diplomático encabezado por Felipe Arana con representantes en varios Estados:

Carlos María de Alvear en Estados Unidos. 

Tomás Guido en Brasil.

Manuel Moreno en Gran Bretaña.

Manuel de Sarratea en París.

 Desde el comienzo del conflicto los diplomáticos desplegaron una intensa actividad para lograr la condena a la intervención por parte de otros Estados y el reconocimiento de los derechos argentinos por parte de los agresores. A los diplomáticos destacados en Europa se sumó la intensa y patriótica colaboración del general J. de San Martín. Dado su prestigio su opinión tenía mucho peso en el viejo continente y contribuyó a que los gobiernos interventores, presionados por la opinión pública, finalizaran la guerra. El 28 de diciembre de 1845 escribió una carta al cónsul general en Londres, Federico Dickson, en la que expresó la imposibilidad de una victoria militar de los europeos. Citaré el último párrafo en el que se refiere a lo que ocurriría si los agresores lograban, incluso, tomar Buenos Aires: “Sostener una guerra en América con tropas europeas no sólo es muy costoso, sino más que dudoso su buen éxito para tratar de hacerla con los hijos del país; mucho dificulto y aún creo imposible encuentren quien quiera enrolarse con el extranjero. En conclusión, con 8.000 hombres de caballería del país y 25 o 30 piezas de artillería, piezas que con mucha facilidad puede mantener el general Rosas, son suficientes no solo para tener en un cómodo bloqueo terrestre a Buenos Aires, sino también impedir que un ejército europeo de 20.000 hombres salga a 30 leguas de la capital, sin exponerse a una completa ruina por falta de todo recurso; tal es mi opinión y la experiencia lo demostrará, a menos (como es de esperar) que el nuevo ministro inglés no cambie su política seguida por el precedente.” (23) La carta tuvo una repercusión inmediata y contribuyó eficazmente al levantamiento del bloqueo.

En el círculo rojo señala el lugar donde tuvo lugar la batalla de Punta del Quebracho, a unos 35 km al norte de la ciudad de Rosario (Santa Fe)


 Mientras tanto los periódicos unitarios celebraban la agresión anglo–francesa. F. Varela escribió en el Comercio del Plata: “Nosotros, americanos de nacimiento y de corazón, pero que no comprendemos entre los intereses americanos y los europeos diferencias que los hagan incompatibles, y menos que deban mantenerlos en lucha; nosotros necesitamos combatir aquel embuste de Esos; defender de sus calumnias a nuestros amigos políticos; justificar esta situación nueva, mostrar su tendencia enteramente pacificadora de civilización y de progreso mercantil y económico; tranquilizar, en fin, a las poblaciones del Plata, mostrándoles en la intervención extranjera un apoyo desinteresado; haciéndoles comprender que la independencia de los estados que forman esta sección de América no tienen guardianes más celosos que los enemigos del Dictador: que él es el único que provoca la situación presente, el único que pone en riesgo la independencia y el honor de estos países.” (24) En El Nacional de Montevideo expresaron: “Oh: esta mudanza en la suerte la ha preparado nuestro valor, nuestras virtudes, nuestra admirable perseverancia, nuestra ardiente fe, nuestra heroica resistencia en suma: y las dos poderosas naciones que están al frente de la civilización europea han resuelto al fin consumarla. ¡Gloria a la Inglaterra! ¡Gloria a la Francia! ¡Gloria a los hijos de la República Oriental y a sus generosos amigos que han combatido a su lado por su noble causa!”. (25) Mientras los enemigos internos se aliaban con los agresores, el cuerpo diplomático argentino desempeñaba una brillante tarea que se centró en dos aspectos principales:

 Presentar a los interventores y al mundo los argumentos legales para demostrar lo injusto de la agresión, no realizando declaraciones vacías sino presentando argumentos de derecho sólido.

 Mostrar al mundo lo injusto del bloqueo con el fin de lograr apoyo internacional en la lucha. Para ello no solamente se valieron de las notas y comunicados diplomáticos sino de los periódicos en el exterior que eran subvencionados por el gobierno argentino a la vez que lograron convencer a muchos de los periódicos de las propias naciones interventoras de la verdadera naturaleza del bloqueo. Manuel Moreno envió una serie de notas al periódico Morning Chronicle, el propio diplomático afirmó –refiriéndose a los artículos publicados-: “Exponen de una manera incontestable los errores, designios e injusticias de los interventores; todo aquello que no puede decirse a Lord Aberdeen cara a cara, sin ofender las conveniencias”. (26) Desde este medio se criticó la intervención, se presentaron los argumentos argentinos y se acusó al gobierno británico de generar una acción contraproducente al producir un perjuicio económico a la nación a costa de un dudoso éxito, presintiendo que el final sería similar al del bloqueo francés. La mayor parte de las variadas notas publicadas en el Morning Chronicle fueron escritas por M. Moreno que aprovechó hábilmente la oposición que tenían los redactores de este periódico liberal a la política de Lord Aberdeen. A las críticas del Morning Chronicle se sumaron las de otras publicaciones como el Manchester Courier, el Morning Post y el Atlas de Londres. En Francia la reacción de los periódicos fue encabezada por La Presse y por el Courrier de Havre. Los periódicos y publicaciones de Brasil, México, Chile, Estados Unidos y Bolivia se hicieron eco de los reclamos argentinos pues en esos momentos se desarrollaba un proyecto de recolonización para someter al continente a las potencias europeas. Incluso Estados como Brasil que eran enemigos de la Confederación Argentina comprendieron que si la intervención triunfaba sería seguida por nuevos ataques de los que cualquier Estado americano podía ser blanco. Esto da una idea de la trascendencia de lo que estaba en juego con la guerra.

 La tarea de los diplomáticos y los militares se combinó con la presión económica. Entre los primeros en ponerse en contra del bloqueo estuvieron los mercaderes ingleses que residían en Buenos Aires que vieron interrumpido el comercio y que consideraban a J. M. de Rosas como una garantía de orden. A ello se sumaron rápidamente los accionistas de la casa Baring Brothers, la más importante de Gran Bretaña, con los que la Argentina había contraído una importante deuda durante el gobierno de Martín Rodríguez y Bernardino Rivadavia (1820-1824). J. M. de Rosas expresó que a pesar de que lo deseaba no podría continuar pagando esta deuda a causa del bloqueo. La comunicación dio el esperado y calculado efecto. Los accionistas de esta casa de comercio empezaron a presionar a su propio gobierno, especialmente mediante artículos en el diario The Times donde criticaban la intervención, y solicitaron que finalizara la agresión y de esta manera poder cobrar. Hábilmente el gobierno de la Confederación había utilizado el mismo recurso durante el bloqueo francés, haciendo que los comerciantes británicos presionaran a su gobierno para que a su vez presionara al francés para poner fin al conflicto. Algo considerado como una debilidad, una deuda, fue convertido en un elemento de presión para enfrentar al enemigo.(27)

Representación de soldados federales leales a la Confederación Argentina, con la bandera nacional.


 Se combinaron entonces cuatro factores contra los agresores: la fuerza militar, la diplomacia, los medios de comunicación y la presión económica. Si bien todos fueron importantes, la fortaleza de estos elementos radicó justamente no en su empleo aislado sino en su aplicación simultánea y coordinada.

 La situación se tornó cada vez más difícil para los interventores. Para intentar destrabar el conflicto Gran Bretaña envió a Thomas Samuel Hood que arribó a Buenos Aires el 13 de julio de 1846. La Confederación Argentina aceptó las propuestas de paz, ya que implicaban la finalización del bloqueo, la devolución de lo robado por los interventores, el reconocimiento de la soberanía argentina en los ríos interiores, el de M. Oribe como presidente de la Banda Oriental y el desagravio a la bandera argentina. Las condiciones de la Confederación Argentina fueron aceptadas, pero las gestiones combinadas de la Comisión Argentina, el barón Defaudis y G. Ouseley hicieron fracasar las negociaciones. El 13 de septiembre S. Hood se embarcó rumbo a Gran Bretaña. La escalada del conflicto que se creía inicialmente una rápida victoria generó el envió de nuevos diplomáticos para intentar un arreglo de paz. La misión fue encabezada por Lord Howden (Gran Bretaña) y el conde Colona Walewski (Francia), hijo de Napoleón Bonaparte. Los emisarios llegaron a Buenos Aires el 8 y el 10 de mayo de 1847 respectivamente. Nuevamente las negociaciones fracasaron. J. M. de Rosas se negó a aceptar que los invasores no devolvieran la isla Martín García, que no reconocieran a M. Oribe como presidente de la Banda Oriental y que no aceptaran la soberanía argentina en los ríos interiores. A su vez la propuesta implicaba reconocer a los interventores como mediadores, por lo que implícitamente se legitimaba la agresión. Al no resolverse la cuestión con rapidez, los británicos comenzaron a sentir los efectos de la paralización del comercio. Ante la firmeza de la Confederación, Lord Howden ordenó unilateralmente el cese de hostilidades y el retiro de las fuerzas británicas que guarnecían Montevideo. La unidad de los aliados se rompió. Francia no gozaba de las ventajas de las que disfrutaba Gran Bretaña antes del bloqueo, teniendo menos que perder, por lo que continuó el bloqueo. Las derrotas sufridas por los unitarios en 1847 en Los Laureles (1 de enero), Salto (8 de enero), Paysandú (23 de enero), Sierra de las Ánimas (26 de enero), Mercedes (27 de enero), Carmelo (3 de febrero) y Río Negro (10 de febrero) hicieron más complicada la situación para Francia. F. Rivera ofreció la paz a M. Oribe pero hasta sus propios compañeros consideraron a esto humillante y lo desterraron. El golpe de gracia a los apoyos internos de Francia fue dado por el general J. J. de Urquiza al destruir completamente al ejército unitario del general Joaquín Madariaga el 27 de noviembre de 1847 en Potrero Vences.

 En marzo de 1848 llegó una nueva misión diplomática, Francia envió al barón Gross y Gran Bretaña a Robert Gore. Las propuestas que trajeron fueron bien recibidas por M. Oribe, pero J. M. de Rosas se negó a aceptar el punto en el que la Confederación reconocía a las naciones agresoras como mediadoras, ya que esto implicaba sentar un precedente en el derecho internacional que podría generar nuevas intervenciones. A fines de ese año llegó a la Argentina Henry Southern, enviado por los británicos para poner fin al conflicto. El nuevo enviado francés, el contralmirante Lepredour también inició negociaciones.

 El 24 de noviembre de 1849 se firmó con Gran Bretaña el tratado Arana–Southern, acordándose:

La devolución de todo lo tomado por los británicos durante el bloqueo, incluida la escuadra nacional, los mercantes capturados y la isla Martín García.

 El desarme de los extranjeros que defendían Montevideo y el retiro de las fuerzas argentinas. Esto último ocurriría cuando se firmara también la paz con Francia, hasta entonces no se concretaría. La situación deba la ventaja a las tropas de M. Oribe ya que les permitiría tomar la ciudad con el apoyo de las tropas de la Confederación. 

 Gran Bretaña reconoció a la Confederación Argentina como parte beligerante del conflicto en la Banda Oriental, lo que implicó aceptar la justicia de la causa contra F. Rivera.

 Manuel Oribe fue reconocido como presidente legítimo de la Banda Oriental.

 Los británicos reconocieron la soberanía argentina en los ríos interiores.

 Como símbolo de desagravio, la bandera argentina sería saludada con 21 disparos de cañón por las naves inglesas antes de retirarse. Esto fue concretado por la fragata Harpy.

 Poco antes de conocerse los resultados finales de la convención Arana–Southern el Libertador José de San Martín expresó a Rosas en una carta el 2 de noviembre de 1848: “Así he tenido una verdadera satisfacción al saber el levantamiento del injusto bloqueo con que nos hostilizaban las dos primeras naciones de Europa; esta satisfacción es tanto más completa cuando el honor del país no ha tenido nada que sufrir, y por el contrario presenta a todos los nuevos estados Americanos un modelo que seguir y más cuando éste está apoyado en la Justicia. No vaya a creer por lo que dejo expuesto, el que jamás he dudado que nuestra patria tuviese que avergonzarse de ninguna concesión humillante presidiendo usted sus destinos; por el contrario, más bien he creído no tirase usted demasiado de la cuerda de las negociaciones seguidas cuando se trataba del honor nacional”.(28)

 En su carta del 6 de mayo de 1850, el general J. de San Martín expresó a J. M. de Rosas: “El objeto de ésta [carta] es tributar a Ud. mis más sinceros agradecimientos al ver la constancia con que se empeña en honrar la memoria de este su viejo amigo; como acaba de verificar en su importante mensaje del 27 de Diciembre pasado; mensaje que por segunda vez me ha hecho leer, y que como argentino me llena de verdadero orgullo al ver la prosperidad, paz interior, el orden y el honor restablecidos en nuestra querida patria; y todos estos progresos efectuados en medio de circunstancias tan difíciles, en que pocos Estados se habrán hallado.

 Por tantos bienes realizados, yo felicito a Ud. sinceramente, como igualmente a toda la Confederación Argentina. Que goce Ud. de salud completa, y que al terminar su vida pública, sea colmado del justo reconocimiento de todo Argentino, son los votos que hace y hará siempre a favor de Ud. este su apasionado amigo y compatriota.” (29)

 Francia tardó más tiempo en ceder, incluso reforzó su escuadra en el río de la Plata, pero sin apoyos internos en la Confederación, con los ejércitos unitarios destruidos y abandonada por Gran Bretaña finamente solicitó la paz. El 31 de agosto de 1851 se firmó el tratado Arana–Lepredour, siendo muy similar el texto al del Arana-Southern. La magnitud de la victoria fue impresionante y contundente. La Confederación Argentina logró vencer a la primera y a la segunda potencia mundial, si lo comparamos con la actualidad es como si la Argentina hubiera vencido militarmente a la OTAN del siglo XIX.



Autor: Sebastián Miranda.

El autor es Licenciado y profesor de Historia.

 

Publicada en la revista Defensa y Seguridad Mercosur, año 10, Nro. 59, enero-febrero de 2011, pp. 44-59.


Fuente: defensa y seguridad.


Otras fuentes:

1 UZAL, Francisco Hipólito. Obligado. La batalla de la soberanía, Buenos Aires, Moharra, 1970, p. 62.
2 Adolfo Saldías da el detalle de la composición de las fuerzas sitiadoras y de las sitiadas. Ver: SALDÍAS, Adolfo. Historia de la Confederación Argentina, Buenos Aires, El Ateneo, 1951, T III, pp. 23–25. 
3 MACKINNON, Lauchlan Bellingham. La escuadra anglo– francesa en el Paraná 1846, Buenos Aires, Hachette, 1957, p. 34. Sirvió con el grado de teniente en esta nave que llegó al río Paraná después de la batalla de Vuelta de Obligado. Remontó dos veces el Paraná y una vez el Uruguay. Tras la finalización del bloqueo continuó sirviendo en la Marina Británica y se convirtió en miembro del Parlamento.
4 El detalle sobre el contenido de las instrucciones dadas por Lord Aberdeen puede consultarse en SIERRA VICENTE. D. Historia de la Argentina, Buenos Aires, Editorial Científica Argentina, 1978, T IX, pp. 204–5. G. Ouseley era pariente directo del general Whitelocke, comandante de la segunda invasión británica a Buenos Aires en 1807, y caído en desgracia tras el fracaso. Por esta razón G. Ouseley guardaba un especial resentimiento a la Confederación. También pueden consultarse en MUÑOZ ASPIRI, José Luis. Rosas frente al imperio británico, segunda edición, Buenos Aires, Theoría, 1974, pp. 183–4. 
5 Las instrucciones a Deffaudis han sido reproducidas por MASES, Enrique Hugo. El bloqueo anglo–francés y la Vuelta de Obligado, incluido en Documentos para la Historia Argentina, Buenos Aires CEAL, 1982, T II, p. 424.
6 Logró tomar la ciudad, pero la victoria fue efímera pues el 12 de agosto de 1845 Pascual Echagüe destruyó a las fuerzas unitarias en San Jerónimo. Con muy pocos hombres, Juan Pablo López escapó y se unió el general J. M. Paz en Corrientes. 
7 SALDÍAS, Adolfo. Op. cit., p. 59. El detalle del intercambio de notas, amenazas y respuestas puede consultarse en el capítulo L de esta obra o en el primero del libro segundo del tomo IX de la obra de Vicente Sierra. 
8 La escuadra estaba integrada por los bergantines General San Martín y General Echagüe y las corbetas Maipú, 9 de Julio y 25 de Mayo. La carta que el almirante G. Brown envió a F. Arana dando cuenta de los hechos puede consultarse en MASES, Enrique Hugo. Op. cit., pp. 428–430 y en SIERRA, Vicente. Op. cit., pp. 220–1.
9 Estaba casado con la hermana menor de Rosas, Agustina Ortiz de Rosas. Participó en la Reconquista (1806), en la campaña sanmartiniana a Chile. Fue gobernador de Entre Ríos y diputado por La Rioja en el Congreso Constituyente de 1826. Se destacó en las batallas de Ituzaingó, Camacuá y Ombú durante la guerra contra el Brasil. 
10 SALDÍAS, Adolfo. Op. cit., pp. 525–6. Carta del 22 de noviembre de 1845. El autor reproduce el texto completo de la carta.
11 MACKINNON, L. B. Op. cit., pp. 56-58. 
12 MACKINNON, L. B. Op. cit., p. 76. El escorbuto era una enfermedad producida como consecuencia de la falta de consumo de determinados nutrientes presentes en las verduras y frutas frescas. Al no poder descender a tierra por los ataques de las tropas de la Confederación, las tripulaciones no podían proveerse de estos alimentos. 
13 MACKINNON, L. B. Op. cit., p. 53. 
14 Nacido en Nueva York en 1807 sirvió a la Argentina. Se destacó en la batalla de Carmen de Patagones durante la guerra contra el Brasil (ver DeySeg Nro. 37) y en la guerra en el Paraná. 
15 MACKINNON, L. B. Op. cit., p. 139.
16 MACKINNON, L. B. Op. cit., p. 137. 
17 ROSA, José María. Historia Argentina, Buenos Aires, Oriente, 1965, T V, p. 212.
18 Publicado en la Gaceta Mercantil el 2 de mayo de 1846.
19 MACKINNON, L. B. Op. cit., p. 192. 
20 La Gaceta Mercantil del 8 de enero de 1847. En: SALDÍAS, Adolfo. Op. cit., p. 123.

21 Carta de L. Mansilla al coronel Vicente González, apodado el carancho del monte, datada el 4 de junio de 1846. En: SALDÍAS. Op. cit., pp. 538-9. 
22 Carta del doctor Sabino O’Donnell a Aldolfo Alsina, 4 de junio de 1846.
23 PICCINALI, Héctor Juan. San Martín y Rosas, Buenos Aires, Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, 1998., pp. 361. 2. 
24 Citado por MASES, Enrique Hugo. Op. cit., p. 437. 
25 Citado por MASES, Enrique Hugo. Op. cit., p. 438.
26 Citado por: IRAZUSTA, Julio. Vida política de Juan Manuel de Rosas, Bogotá, Editorial Andes, 1975, T V. p. 266. 
27 Compare el lector estas acciones con las actitudes claudicantes frente a los acreedores que han tenido las últimas administraciones de nuestra Patria.
28 FONT EZCURRA, RICARDO. San Martín y Rosas, Buenos Aires, Editorial Juan Manuel de Rosas, 1965, p. 53. 
29 FONT EZCURRA, RICARDO. Op. cit., p. 61. 


jueves, 7 de abril de 2022

A 40 años de la guerra del Atlántico Sur: hundió la Fragata Ardent y murió en Malvinas como un héroe

 Junto a la escuadrilla liderada por el capitán de corbeta Philippi, el píloto de A-4Q Marcelo Márquez atacó a la fragata británica el 21 de mayo de 1982. Los últimos minutos antes de la misión, el recuerdo de sus compañeros, la batalla con los Harrier y su heroica muerte. La historia de un joven al que todos querían y que su madre esperó durante casi un año creyendo que estaba prisionero de los ingleses. El poema que guardaba entre sus cosas.

 Un ser-luz, confiable para sus superiores y ejemplo para sus subordinados. Así define a Marcelo “Lorito” Márquez, su jefe de escuadrilla. El capitán de corbeta Alberto Philippi habló con él por vez última poco después del mediodía del 21 de mayo, cuando estaban por salir para atacar a la flota británica junto con Arca, Rótolo, Sylvester y Lecour.

El "loro" Marquez, héroe de Malvinas que entregó
su vida en una misión que logró hundir la
Fragata "Ardent", de la royal navy.

 Ya habían finalizado el procedimiento de prevuelo, recibido la información de la misión anterior y, a la espera del alistamiento de sus Skyhawk A-4Q, estaban abocados a una tarea harto engorrosa: colocarse el traje anti-exposición, muy ajustado al cuerpo y poco elástico. Philippi estaba renegando ante la dificultad de pasar la cabeza por el cuello del traje, preocupado por la misión que iban a emprender, cuando de pronto se le acercó el Loro, sonriente, con las manos llenas de empanadas. Las había tomado sin permiso de la cocina, y se las ofrecía “para el vuelo”, ya que no habían almorzado. “¿Sabe lo que puede hacer con esas empanadas, Loro?”, estalló el jefe de la escuadrilla, que no estaba para pensar en un refrigerio.

 Sin perder la sonrisa, el teniente de fragata contestó: “Está bien, espero que no las necesite”, y las guardó en los bolsillos de su equipo de vuelo.

Nunca sabremos si al menos pudo comerlas él, por cuanto esa misma tarde fue derribado, al atacar y hundir junto a sus camaradas a la fragata Ardent.



 “Ese era el Loro -me dice Philippi–. Seguro que estaba tan preocupado como yo por la misión que íbamos a cumplir, y que colocarse el traje anti-exposición le costaba tanto como al resto de los pilotos, y sin embargo quiso hacer algo por el grupo”.

 Corajudo y habilidoso, era el numeral que todo líder desea llevar consigo al combate, según coinciden los aviadores navales Sylvester y Philippi. Pero este último va más lejos: “Era el tipo de muchacho que un padre con hijas quisiera para yerno”.

 Siempre hacía un esfuerzo adicional. Cuando era urgente sacar los aviones del hangar para iniciar las operaciones, no vacilaba en subirse al tractor de remolque y ayudar en los movimientos a la gente de pista.

 Generoso y humilde, podía salir de la cabina del cazabombardero y meterse en la de un modesto avión civil, donde contestaba preguntas sin descanso y enseñaba desinteresadamente a mejorar maniobras de vuelo.

 En 1983 su jefe de escuadrilla visitó a la familia del Loro en Mar del Plata. Le habían informado que la madre del piloto estaba angustiada, pensando que su hijo aún estaba en las islas, prisionero de los ingleses. En la oficina del comandante de la Fuerza de Submarinos, Philippi le relató el ataque a la Ardent, el derribo de los tres aviones de la primera sección y -abrazados entre lágrimas los dos- le transmitió la certeza de su desaparición física y su ingreso a la inmortalidad.

 Desde ese día, todos los 21 de mayo, el jefe de aquella escuadrilla envía un telegrama a la familia Márquez, con un texto invariable: “Siempre junto a ustedes”.


 La escuadrilla. La foto se hizo el 20 de Mayo de 1982, un día antes del ataque a la fragata de la flota británica. Fila de arriba: Marcelo Loro Márquez, Carlos Lecour, Carlos Oliveira, Carlos Zubizarreta, Alberto Philippi, Rodolfo Castro Fox, Benito Rotolo, Marco Benítez. Fila de abajo: Félix Medici, Roberto Sylvester, José Arca y Alejandro Olmedo (Fotos: Instituto Aeronaval/Armada Argentina)

 

 Según Clive Morell, uno los pilotos ingleses que participó del combate, el avión de Márquez se desintegró al recibir una ráfaga de sus cañones de 30 milímetros. Philippi piensa que el impacto fue de lleno en la turbina. Al estar a altísimas revoluciones, se producen desprendimientos de álabes de la turbina, y por efecto cascada se va destruyendo todo en fracción de segundos.

 Las últimas palabras del Loro -“¡Harrier, Harrier!”- alertando sobre la aparición de aeronaves enemigas, aún resuenan en los oídos de Philippi y Arca. Fueron también su postrer servicio a sus camaradas.

 Luego de su derribo, encontraron éste poema entre sus pertenencias (“Vuelo Supremo”, del costarricense Julián Marchena):

Quiero vivir la vida aventurera

de los errantes pájaros marinos;

 no tener, para ir a otra ribera,

la prosaica visión de los caminos.

Poder volar cuando la tarde muera

entre fugaces campos ambarinos

Y oponer a los raudos torbellinos

el ala fuerte y la mirada fiera.

Huir de todo lo que sea humano;

embriagarme de azul...ser soberano

de dos inmensidades: mar y cielo,

Y cuando sienta el corazón cansado

morir sobre un peñón abandonado

con las alas abiertas para el vuelo.


 Paradójicamente, el anhelo expresado en estos versos se le cumplió plenamente. Ya antes de su muerte había sido el “soberano de dos inmensidades, mar y cielo”. Es que todos los días en que no estaba volando, navegaba.

 Así lo describe Héctor Tebaldi: “Fuimos amigos y compañeros de regatas oceánicas en el Fortuna II. Era un osado. No le tenía miedo a nada. Buscaba el riesgo y lo disfrutaba, así soplaran 40 nudos y olas de 5 metros. Ahí estaba con su risa desafiante y apoyado por otros como él. Transmitía el entusiasmo. Era líder en las maniobras”.

 Como oficial del comando de la Armada, se destacó a tal punto, que eso casi le impide el ingreso a la Escuela de Aviación Naval: la Flota de Mar lo quería como oficial de operaciones. Pero no logró torcer su determinación de ser piloto.

Foto de arriba: Tercera escuadrilla aeronaval de caza y ataque. Foto del medio: el loro
"Marquez" ees el cuarto de izquierda a derecha. Foto de abajo: la Fragata Ardent golpeada por un misil exocet de la FF.AA. Argentina el 21 de mayo de 1982.


 Era un loco lindo -comenta su hermana Claudia–. Pero, aunque bromeaba todo el tiempo, en el fondo era muy serio. Funcionaba como el pilar de la familia, más que papá y mamá, centralizaba todo”.

 Le gustaba arreglar cosas destartaladas. Se consiguió una moto Norton y un Ford A, que eran verdaderas piezas de museo, y las dejo irreconocibles. Viajaba en ellas, entre Punta Indio y Mar del Plata.

 Hacía sentir cómodo a cualquiera, aún en situaciones embarazosas. Roberto Sylvester me cuenta: “Con el Lorito de numeral, me animaba a hacer cualquier cosa. Fue un piloto extraordinario, te transmitía confianza, como si el líder fuera él. Cierta vez cometí un error enorme y aterrizamos con muy poco combustible en Trelew. Cuando quise disculparme no me dejó hablar, nos dimos un tremendo abrazo y una hora después seguimos camino a Punta Indio”.

 De hecho, Sylvester y Márquez hacían en el aire “cualquier cosa”. Como, por ejemplo, acrobacias en los vetustos T-28, con medio metro entre ala y ala.

 El "Loro" tampoco se amilanaba en marcarle la cancha a los jefes ensoberbecidos. Harto de las bravatas de uno de ellos, cierta vez se acercó a pedirle un autógrafo… “Podía putear a un mandamás y no iba en cana”, me comenta Sylvester. “Porque era un personaje”.

 “Nervio puro arriba de su máquina - testimonia otro amigo suyo, el teniente de navío Carlos Croci–. “Pero poco antes de la última misión, lo vi al Loro sentado en el primer asiento de un micro, re concentrado. Le golpeé la ventana y le deseé suerte. Me contestó que si, que la iba a necesitar”.

 ¿Habría tenido un presentimiento? “Dios suele llevarse a los mejores”, me dice Sylvester con voz consternada aún hoy, a varias décadas. “Al Lorito lo amaba el mundo".



Fuente: infobae