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lunes, 20 de agosto de 2012

Un solo orden mundial o multi-polaridad: dos concepciones geopolíticas en un mundo cada vez más complejo.

El proyecto de Nuevo Orden Mundial tropieza con las realidades geopolíticas


 Hace cuatro siglos que los líderes políticos vienen tratando de crear un orden internacional capaz de regir las relaciones entre las naciones y de evitar las guerras. Aunque el principio de la soberanía de los Estados arrojó resultados, las organizaciones intergubernamentales han reflejado esencialmente la correlación de fuerzas correspondiente a cada momento. En cuanto al ambicioso proyecto estadounidense de Nuevo Orden Mundial, el hecho es que está estrellándose contra las nuevas realidades geopolíticas.

 Si bien la expresión «orden mundial» es de reciente aparición en el discurso político, la idea misma de instaurar un orden mundial, o internacional, data ya del siglo XVII y fue tema de discusión cada vez que se presentaba una posibilidad de organizar la paz y de darle un carácter permanente.

Maximilien de Bethune, Duque de Sully (1559-1641) 
y el castillo de Chateau-de-Sully-sur-Loira en la 
actualidad en Francia.
 Ya en 1603, el rey francés Enrique IV daba a su ministro, el duque de Sully, la tarea de elaborar un primer proyecto. El objetivo era la constitución de una república cristiana que incluyera a todos los pueblos de Europa. Dicha república debía garantizar la preservación de las nacionalidades y cultos y encargarse de resolver los problemas entre esos componentes.

 Aquel Gran Empeño incluía una redefinición de las fronteras de los Estados como medio de equilibrar el poderío de los mismos y la creación de una Confederación Europea de 15 miembros, con un Consejo supranacional que debía disponer de poder de arbitraje y de un ejército capaz de garantizar la defensa de la Confederación contra los turcos.


 El asesinato de Enrique IV interrumpió aquel sueño, que no resurgió ya hasta el final de las guerras desatadas por Luis XIV. El abate Saint-Pierre dio a conocer por entonces su Projet pour rendre la paix perpétuelle entre les souverains chrétiens [En español, “Proyecto para perpetuar la paz entre los soberanos cristianos”. Nota del Traductor.].

 Aquel plan, que fue presentado al Congreso de Utrecht (en 1713), consistía en adoptar íntegramente todas las decisiones tomadas en aquel encuentro como base definitiva para el trazado de las fronteras entre los países beligerantes y en la creación de una liga de las naciones europeas (una federación internacional) que se encargaría de prevenir los conflictos.

 Independientemente de la mencionada utopía, lo más importante de aquella época fue, por supuesto, los Tratados que hicieron posible la Paz de Westfalia, firmados en 1648, al cabo de una guerra de 30 años, guerra que se libró bajo estandartes religiosos, dando lugar a una gran acumulación de odio, y en la que pereció el 40% de la población.

 Las negociaciones se prologaron durante 4 años (de 1644 a 1648) y finalmente concretaron una igualdad entre todas las partes beligerantes, ya fuesen católicos o protestantes, monárquicos o republicanos.

 Los Tratados de Westfalia establecieron 4 principios fundamentales:

Firma de uno de los Tratados de Westfalia.
 1. La soberanía absoluta del Estado-Nación y el derecho fundamental a la autodeterminación política.
 2. La igualdad entre los Estados-Naciones en el plano jurídico. En virtud de ese principio, el más pequeño de los Estados se considera igual al más grande, independientemente de su fuerza o su debilidad, de su riqueza o su pobreza.
 3. El respeto de los tratados y la aparición de un derecho internacional de obligatorio cumplimiento [O sea vinculante. NdT.].
 4. La no injerencia en los asuntos internos de los demás Estados.

 Cierto es que esos principios generales no garantizan una soberanía absoluta, que en realidad nunca ha existido. En todo caso, se trataba de principios que deslegitimaban todo acto susceptible de abolir dicha soberanía.

 Todos los filósofos vinculados a la política respaldaron esos proyectos. Rousseau exhortó vehementemente a la formación de un Estado único de carácter contractual que debía reunir a todos los países de Europa. En 1875, Kant publicó Para la paz perpetua. La paz es para Kant una construcción jurídica que exige el establecimiento de una ley general aplicable a todos los Estados. El utilitarista inglés Bentham condenó la diplomacia secreta por tratarse de un procedimiento que se separa del derecho. También llamó a la creación de una opinión pública internacional capaz de obligar a los gobiernos a someterse a las resoluciones internacionales y al arbitraje.

Clemente-Wenceslao de 
Metternich (1773-1859)
 La idea de un orden internacional fue progresando constantemente, basada siempre en las reglas de la soberanía consagradas en los Tratados de Westfalia. Dio lugar al surgimiento de la Santa Alianza, propuesta en 1815 por el Zar Alejandro I, y al proyecto de Concertación europea que propuso, ya en el siglo XIX, el canciller austriaco Metternich como medio de prevenir «la revolución» que en el lenguaje racional político no significa otra cosa que el caos.

 Fue a partir de aquel momento que los Estados comenzaron a celebrar cumbres para dirimir problemas sin recurrir a la guerra, privilegiando el arbitraje y la diplomacia.

 Fue con ese objetivo que se fundó la Sociedad de Naciones (SDN), al término de la Primera Guerra Mundial. Pero la SDN no fue más que la expresión de la correlación de fuerzas de aquel momento, al servicio de las potencias que habían salido victoriosas de aquella guerra. Sus valores morales eran por lo tanto muy relativos. Fue así como, a pesar de que su supuesto objetivo era resolver los diferendos entre naciones a través del arbitraje y sin recurrir a la guerra, la SDN se declaró competente para supervisar política, económica y administrativamente a los pueblos subdesarrollados o colonizados hasta que estos últimos lograran su autodeterminación, lo cual condujo naturalmente a la legitimación de los mandatos. Al adoptar esa posición, la Sociedad de Naciones encarnó la realidad colonialista.

 El carácter artificial de aquella organización quedó demostrado cuando fue incapaz de enfrentar graves acontecimientos internacionales, como la conquista de Manchuria por parte de Japón, la conquista de Abisinia (la actual Etiopía) por parte de Italia y la anexión de la isla griega de Corfú, también por parte de Italia.

La Sociedad de Naciones durante una
reunión en Ginebra.
 Aunque el presidente estadounidense Woodrow Wilson había promovido la idea de León Bourgeois que dio lugar al nacimiento de la SDN, Washington nunca fue miembro de esa organización. Ante las acusaciones de las demás naciones, Japón y Alemania se retiraron de ella, lo cual privó a la SDN de todo valor real.

 La ONU, sucesora de la SDN, fue por su parte el reflejo de la Carta del Atlántico, firmada por Estados Unidos y Gran Bretaña el 4 de agosto de 1941, y de la declaración de Moscú, adoptada por los Aliados el 30 de octubre de 1943, anunciando la creación de «una organización general basada en el principio de la igualdad de todos los Estados pacíficos en materia de soberanía». El proyecto se desarrolló durante la Conferencia de Dumbarton Oaks, celebrada en Washington desde el 21 de agosto hasta el 7 de octubre de 1944.

 Los principios de la Carta del Atlántico fueron a su vez aprobados en la Conferencia de Yalta (del 4 al 12 de febrero de 1945), antes de su consagración final en la Conferencia de San Francisco (los días 25 y 26 de junio de 1945).

 La ideología mundialista se vio entonces encarnada en la ONU, organización que, desde su creación, ha pretendido establecer un sistema de seguridad colectiva para todos, incluyendo a los Estados que no pertenecen a ella. En realidad, la ONU no es una sociedad contractual entre iguales –como tampoco lo fue la SDN– sino el reflejo de la correlación de fuerzas del momento, a favor de los vencedores del momento.

Consejo de seguridad de la ONU.
 Aún así, el mundo entero se sometió a aquella voluntad. Esta organización, supuestamente mundial, no era en la práctica otra cosa que la expresión de la voluntad de dominación de las potencias victoriosas, en detrimento de la voluntad –ignorada– de los pueblos.

 Esta realidad geopolítica se confirmó en el momento de la creación del Consejo de Seguridad de la ONU al que pertenecen, con la categoría de miembros permanentes, las cinco grandes potencias (las potencias vencedoras) y otros miembros no permanentes electos en función de criterios geográficos, que implican una subrepresentación de África y Asia.

 La ineficacia de ese sistema se hizo patente durante la guerra fría. El conflicto entre las dos grandes potencias afectó a las pequeñas, que tuvieron que soportar todas las consecuencias de dicho conflicto, tanto en el plano local como a escala regional.

 Esta estructuración de los papeles de las partes se reflejaba abiertamente en el funcionamiento de la ONU, tanto en lo tocante a los pedidos de adhesión como en el tratamiento de los conflictos, como pudo comprobarse en los casos de Palestina y de Corea, en la nacionalización del petróleo iraní, en la crisis del canal de Suez, en las ocupaciones israelíes, en Líbano, etc.

El lema "Novus Ordo Seclorum" 
("Nuevo Orden de los Siglos")
 aparece también en el reverso del 
Gran Sello de los Estados Unidos, 
e igualmente se encuentra inscrito 
en el reverso de los billetes de dólar 
estadounidenses.
 Al crearse la ONU se proclamó «la fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana, en la igualdad de derechos de hombres y mujeres y de las naciones grandes y pequeñas a crear condiciones bajo las cuales puedan mantenerse la justicia y el respeto a las obligaciones emanadas de los tratados y de otras fuentes del derecho internacional». Pero el sistema del veto ha privado a las demás naciones del derecho a ser actores en condiciones de igualdad.

 En definitiva, las instituciones internacionales han sido siempre un reflejo del equilibrio entre las potencias, lo cual está muy lejos de toda idea de justicia en el sentido filosófico o moral.

 El Consejo de Seguridad de la ONU es en realidad un directorio mundial (continuador del que había instalado Matternich), que reserva exclusivamente a los Aliados, vencedores en la Segunda Guerra Mundial, la posibilidad de imponer resoluciones, en vez de poner ese derecho en manos de quienes trabajan a favor de la paz (votar en la encuesta sobre este tema más arriba en el blog)

 Después de la desaparición de la Unión Soviética era crucial haber cambiado el sistema internacional.


Autor: Imad Fawzi Shueibi.


Fuente. Red Voltaire.

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